La lógica imaginaria de la poesía nerudiana, regida por el agua, asume como antipaisaje, como espacio infernal, la figura del desierto nortino: es el lugar del dolor, del silencio, de la muerte, de la nada.
Se establece, entonces, una distancia entre el hablante y el desierto, que es superada, en un segundo momento de la meditación poética, por el sentimiento solidario que despierta en el poeta el precario vivir de las gentes y las luchas obreras en medio del desierto. Finalmente, ese sentimiento permite la conciliación de la piedra y el agua, del poeta y el desierto, a través de imágenes construidas a base de oxímoros.