Almesto, Pedrarias de. Relación de la jornada de Omagua y El Dorado. Ed. Álvaro Baraibar. New York: IDEA, 2012. 154 pp.

 

Mira, mira, Rey español, que no seas cruel a tus vasallos, ni ingrato, pues estando tu padre y tú en los reinos de Castilla, sin ninguna zozobra, te han dado tus vasallos, a costa de su sangre y hacienda, tantos reinos y señoríos como en estas partes tienes.

Carta de Lope de Aguirre a Felipe II.

 

No hace falta haber leído El giro, ese magnífico ensayo con el que Stephen Greenblatt ganó en 2012 el Premio Pulitzer, y que narra cómo el humanista Poggio Bracciolini redescubrió el De rerum natura de Lucrecio, para sentir que la publicación de un manuscrito inédito es uno de los hechos fundamentales de la cultura, en general, y de la filología, en particular. Si a esto le sumamos la polémica que el libro Crónica de la eternidad (2012), del antropólogo francés Christian Duverger, ha levantado al afirmar que el verdadero autor de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España fue Hernán Cortés, y que lo más probable es que no sea más que un ridiculus mus frente a la apabullante edición que Guillermo Serés publicó a comienzos de ese mismo año en la Biblioteca Clásica de la Real Academia, es normal que recibamos con renovada emoción la noticia de la publicación de un manuscrito inédito de Pedrarias de Almesto como es la Relación de la jornada de Omagua y el Dorado.

Tanto la cuidada edición de dicha obra, que se ve acompañada por la reproducción facsímil del manuscrito de Pedrarias de Almesto, como el prólogo, corren a cargo de Álvaro Baraibar, investigador del Grupo de Investigación Siglo de Oro (GRISO) de la Universidad de Navarra, quien ha sabido unir el rigor de la historia y la filología junto con la capacidad de los estudios culturales para generar interpretaciones de interés antropológico, social y político, todo ello con un estilo claro y conciso, que siempre es indicio de inteligencia y probidad intelectual.

La Relación de la jornada de Omagua y el Dorado viene a sumarse a una gran cantidad de testimonios acerca, precisamente, de la jornada de Omagua y Dorado (1559), de carácter jurídica y políticamente problemático, ya que se inició con la muerte de su capitán, Pedro de Orsúa y acabó con la rebelión y desnaturalización de Lope de Aguirre y sus hombres, lo que exigió que lo sucedido fuese narrado prácticamente por todos los supervivientes de dicha expedición. Se trata, pues, de un texto que viene a completar lo que podríamos llamar "corpus de la jornada de Omagua y Dorado", que, en una especie de Rashomon americano, aporta "una visión poliédrica de lo sucedido" (17), enriquecida por la publicación de la presente obra.

Ciertamente, la pluralidad de versiones, entre las que cabe contar la fascinante carta de Lope de Aguirre a Felipe II, suscita todo tipo de reflexiones historiográficas y filosóficas acerca de la posibilidad de los hombres para captar y comunicar la realidad, en general, y la historia, en particular. Perplejidades que no tuvieron que esperar a nuestra sobrevalorada posmodernidad, como muestra el famoso "Valeat tandem Pyrrhonismus!" ("Al diablo con el pirronismo") que el historiador Perozonius exclamó en pleno siglo XVII.

Regresando a nuestro tema, el caso particular de Pedrarias de Almesto es especialmente interesante, pues llegó a escribir dos relaciones. Hasta el momento solo conocíamos la segunda, que, además, durante mucho tiempo se publicó, no por error sino de modo consciente, a nombre de Francisco Vázquez, por considerarse, equivocadamente, según demuestra Baraibar, que el texto de Almesto era una simple versión más completa, cuando lo cierto es que deben ser tenidos por dos textos distintos, por la sencilla razón de que, a pesar de que la apropiación es muy notable, ambos tenían dos finalidades muy diferentes.

De la primera, en cambio, escrita en 1562, no sabíamos nada, y es precisamente la que Baraibar nos ofrece, junto con un interesante estudio que compara las dos crónicas de Pedrarias de Almesto, mostrando las estrategias de reescritura y reapropiación, tanto del texto de Francisco Vázquez como de su propio texto inicial, con el objetivo de construir un personaje que gozase a la vez de toda la credibilidad del testigo de vista, sin que se viese, por el mismo hecho de haber estado presente, manchado por la más mínima sospecha de colaboración con los rebeldes. El estudio de Baraibar muestra certeramente ese arte de estar sin estar, que Pedrarias de Almesto practicó y que, mutatis mutandis, anuncia la triste tradición moderna de los funcionarios de los regímenes dictatoriales que, una vez pasado su momento, acaban reivindicando su condición de testigos, cuando no de víctimas.

Todavía más interesante es el apartado en que Baraibar estudia los diferentes modos en que Lope de Aguirre y sus hombres escenificaron los procesos de desnaturalización y renaturalización, pero, sobre todo, de desautorización y reautorización de los que fueron protagonistas. Según las apasionantes páginas de Baraibar, la nueva autoridad de don Fernando de Guzmán, quien había matado a Pedro de Ursúa, "hombre de paja" de Aguirre, fue escenificada y vivida bajo la forma de la parodia, como muestra la escena carnavalesca en la que los hombres de la expedición le piden al nuevo "rey" mercedes impropias, que este va concediendo sin que nadie crea realmente en su capacidad para cumplirlas.

Frente a esta parodia o sátira de una falsa autoridad o autoridad sin poder, que no dejaba de ser una caricaturización del mal gobierno del rey y de sus representantes, que concedían mercedes y cargos de forma injusta, desproporcionada y, en muchas ocasiones, sin voluntad o posibilidad de cumplir con sus promesas, se alza el poder sin autoridad de Lope de Aguirre, quien no quiere ser tratado con la misma ostentación con la que fue tratado el efímero rey del Amazonas, ya que le basta, simplemente, con detentar el poder que proporciona el terror.

Para acabar, baste señalar que el rigor ecdótico de la edición de Baraibar es impecable y que sus notas al pie iluminan el texto con la misma claridad y profundidad interpretativa que prometía el prólogo.

 

Bernat Castany

Universidad de Barcelona