REVISTA CHILENA DE LITERATURA
Abril 2011, Número 78, 205 - 222

II. NOTAS SOBRE LITERATURA ESPAÑOLA

 

EL ÚLTIMO LLANTO DE SANCHO: LUCHA DE PODERES Y LA INTERIORIZACIÓN DE LA MORAL DE DON QUIJOTE1

 

Vicente Bernaschina Schürumann

Universität Potsdam
vicentebernaschina@gmail.com

 

 

Palabras clave: Don Quijote, Sancho Panza, amistad, lucha de poderes, moral.

 

Key words: Don Quixote, Sancho Panza, Friendship, Power struggle, Morality.

 

 

–Socarrón sois, Sancho –respondió don Quijote–.
A fe que no os falta memoria cuando vos queréis tenerla.
–Cuando yo quisiese olvidarme de los garrotazos
que me han dado –dijo Sancho–, no lo consentirán
los cardenales, que aún se están frescos en las costillas.
Don Quijote II, 3.

 

 

 

 

Quizás no haya otra escena que parezca más frustrante en todo Don Quijote que su escena final. No solo porque representa el irremediable término de las salidas del caballero, tanto para los fieles y participativos espectadores de sus andanzas al interior mismo de la novela como para los lectores que con paciencia han atravesado los 126 capítulos de sus dos partes, sino por la brutalidad de su irresolución. Apresuradamente y en contra de la peculiar lógica que nos hace verosímil todo el desarrollo de la trama, Alonso Quijana reniega tanto de su nombre ficticio como de las acciones e ideales vinculados a él, pretendiendo haber vivido loco, aunque morir cuerdo. Así, don Quijote muere, incluso antes que el mismo Quijana, frente a la triste mirada de todos aquellos que lo vieron salir alguna vez a la aventura: el cura, el barbero Nicolás, el bachiller Sansón Carrasco, el ama, la sobrina y Sancho Panza. Puestos en estas fúnebres circunstancias, llama la atención que sean solo los últimos tres quienes manifiestan la pérdida personal mediante el llanto.

Si pensamos en el ama y la sobrina, tales lágrimas no resultan extrañas en la medida en que ambas han perdido a un familiar y conviviente, además del sustento que representa la figura patriarcal, un tanto ajada y decaída, que encarna el señor Quijana. No obstante, cuando toca el turno de Sancho, me parece fundamental suspender su inclusión en el grupo y perseverar en la pregunta. Ante la irremediable muerte, tan asumida en su propio entendimiento como lo indica su uso de refranes al respecto (II, 7; 596), ¿por qué llora Sancho Panza? ¿De dónde surge su frustración y, aún más, cuál es su irreparable pérdida?2

La crítica que comúnmente ha indagado sobre los problemas planteados por este personaje, jamás ha logrado aislarlo por completo de don Quijote o la mirada quijotesca. Se entiende que Sancho, en cuanto escudero, no existiría sin su respectivo y “natural señor,” como le gustaba enfatizar a don Quijote. Así, en un sentido general, es posible reconstruir la historia de toda una escuela crítica que, cristalizándose en Guía del lector del ‘Quijote’ de Salvador de Madariaga y proyectada hasta la actualidad en propuestas como la de Amando de Miguel en Sancho Panza lee el Quijote, advierte la necesidad de leer la novela desde la complementariedad del dúo. Tal propuesta, sin embargo, no ha logrado desprender el rol del labrador de la esquematización romántica del binomio ideal-material representado por los personajes, ni esbozar nuevas perspectivas, salvo, quizás, recalcar la función cómica del iletrado “tonto sabio” (wise fool) que contrapesa al letrado loco, según lo determina Anthony Close, o defender su popular discreción en el uso de refranes para contra-argumentar la retórica ciceroniana de su señor, como lo hace Thomas Hart3.

Pensando en tal complementariedad y los argumentos que la sostienen, es posible ver que desde la década de los cincuenta comienzan a aparecer, cada vez con más recurrencia, ciertos juicios sobre la novela que celebran, ante todo, la labor educativa que cumple don Quijote con Sancho. Por ejemplo, con denodada elocuencia, en 1951, Fernando Sainz afirma que el logro más grande del caballero en sus aventuras fue precisamente el éxito que consiguió en el proceso de formación de su compañero: “en la lucha contra la ignorancia, la malicia, la socarronería, el egoísmo y el realismo grosero de su acompañante, Don Quijote alcanzó una estupenda victoria” (363). De tal modo, el crítico destaca el valor didáctico del diálogo socrático emprendido por el caballero y su escudero, el que propicia la última transformación de Sancho. Según Sainz: “don Quijote había desterrado de Sancho el lenguaje de los refranes; le hizo conocer un mundo de ideas y de deseos que él no sospechaba; sustituyó en su mente el peso de las cosas por el vuelo de las imágenes; le hizo agradecer los palos y manteamientos que recibiera a cambio de los goces que le proporcionaba su nuevo modo de pensar y de sentir” (365).

Diez años más tarde, Dorothy Tharpe confirma esta interpretación y la universaliza sutilmente, apreciando el desarrollo mental y espiritual del escudero a lo largo de las referencias que hace él mismo sobre sí. Según sus conclusiones, Don Quijote, ya no solo como personaje sino como una novela representante de los conflictos profundos de la humanidad, funciona como un tratado sobre la educación del hombre común personificado por el escudero, quien se “educa” de manera ascendente, dado que en la primera parte despierta su mente al concebirse ya no solo como labrador sino escudero, y luego, en la segunda, despierta su espíritu con la experiencia de la gobernación, la que hace primar sobre todo su honestidad. En este sentido, la interpretación queda tan aceptada que es posible que en 1969 William B. García pueda decir que la relación armoniosa entre caballero y escudero se funda en el real propósito de la novela: a saber, la promoción de un potencial proceso de educación democrática representado por don Quijote que otorga oportunidades sociales y un crecimiento intelectual al hombre común y talentoso, o sea, a Sancho Panza. Considerando entonces a las dos figuras como formaciones ejemplares de amplios sectores de la sociedad –terratenientes empobrecidos aunque ilustrados y labradores pobres pero discretos–, García sostiene que la narración revela su finalidad ética y social, al insistir en que “el hombre del pueblo debe salir de la mediocridad e ignorancia en que nació” (258).

Hoy en día, cuarenta años después de las palabras de García, tal lectura de Don Quijote puede señalarse como anticuada e ideológicamente cargada, en la medida en que no valora en absoluto la posición de Sancho y su propia agencia a lo largo de la narración. Sin embargo, en los años posteriores, en vez de producirse un cambio radical en la lectura, lo que ha sucedido es que ésta se ha vuelto cada vez más potente en la celebración de esta convivencia humana y pretendidamente democrática que experimentan los dos compañeros, sin cambiar en absoluto las premisas sostenidas en la crítica anterior. Por ejemplo, en 1986 Pedro Laín Entralgo declara que “don Quijote y Sancho conviven entre sí estando juntos en compañía, cooperación y mutua ayuda, en diálogo y en silencio” (28). De tal modo, entre ambos existe y se aprecia una real amistad que se construye desde la camaradería, la ayuda y la projimidad, enfatizada en el constante “nosotros” que los dos encarnan. Mientras que en 2000, Howard Young determina que la conversación entre don Quijote y Sancho es aquello que provoca el movimiento en la novela y la que nos provee a dos figuras cargadas de humanidad. Esta amistad absoluta –“one of the earliest well-rounded relationships in Western literature and certainly one of the most enduring” (Young 378)–, en constante diálogo y evolución, es la que ha vuelto en definitiva al libro un texto canónico e inevitable para la cultura occidental.

En consecuencia, puedo decir que a grandes rasgos la crítica –al menos esta línea en particular– ha terminado por celebrar sobre todo los aspectos que caracterizan la convivencia e intercambios que experimentan ambos personajes, sin cuestionar su relación con mayor escepticismo. De tal forma, si quisiera responder desde ella a la pregunta por el llanto de Sancho ante la muerte de don Quijote, considerando a la vez las implicaciones sociales y generales que esto tiene respecto de la sociedad, tendría que tomar como punto de partida la profunda amistad de los dos compañeros. Sancho lloraría, entonces, la invaluable pérdida de un amigo y maestro, y sus lágrimas y dolor vendrían a honrar la memoria, las enseñanzas y la apertura hacia esa nueva vida brindadas por don Quijote.

Desde mi perspectiva, tal respuesta proyecta un optimismo inverosímil que impone interpretaciones sentimentales sobre el caballero y su escudero, además de que con ella se universaliza la unidireccionalidad del mentado proceso educativo del labrador. Enfatizando sutilmente la representatividad que adquiere cada uno de los personajes respecto de ciertos grupos sociales, se implica que es natural y deseable que la cultura y civilización occidental, de la que don Quijote es un estandarte, vacíe en primera instancia al recipiente lleno de vicios populares que encarna Sancho Panza, para que, luego, este sea capaz de reformarse con ella. Si bien el carácter representativo en términos sociales de ambos personajes es un factor principal para comprender una gran parte de los conflictos con los que la novela debate, la manera simbólica con la que se entiende la relación, se deja engañar por la retórica, imaginario y propósitos mismos del caballero, sin tener en cuenta la perspectiva de Sancho ni las evaluaciones que hace la voz narrativa y el balance de perspectivas que nos otorga. En este sentido, el éxito de don Quijote sería, precisamente, la imposición de su mundo sobre la realidad social de Sancho Panza4.

Momentos antes de que Alonso Quijana se rebautice a sí mismo “don Quijote,” el narrador pone en evidencia las ambiciones que lo llevan a hacerlo. Una vez seco el seso y rematado el juicio, “le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra como para el servicio de su república, hacerse caballero andante y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras [...], deshaciendo todo género de agravios y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos, cobrase eterno nombre y fama” (I, 1; 30-1). Al beneficiar, entonces, una interpretación de Don Quijote desde la amistad y su función educativa, dejamos de atender ciertas motivaciones del personaje, confundidos en los valores que su discurso y acciones parecen defender. Así, por ejemplo, hacia el final de la novela, no criticamos la voluntad fingidamente noble que anima los deseos del moribundo “hidalgo” y ya no “caballero”: ser recordado, en un último y desesperado intento por pasar de la novela de caballerías a una especie de hagiografía, como Alonso Quijano el Bueno.

Dentro de la línea crítica que aborda el problema planteado por el dúo don Quijote y Sancho, Edwin Williamson parece ser el único que lo ha enfocado con mayor escepticismo. De acuerdo con el argumento que desarrolla en “The Power-Struggle between Don Quixote and Sancho,” la relación entre caballero y escudero debe ser entendida como una constante y ascendente lucha de poderes. Según él, desde la aparición de Sancho, el poder de don Quijote sobre su propia ficción empieza a debilitarse, en la medida en que Sancho va tomando cada vez más protagonismo en ésta hasta que finalmente derrota a su amo y provoca el triste desenlace. El momento cúlmine en esta relación sucede para Williamson en la segunda parte, durante el camino a Barcelona, cuando don Quijote intenta dar de latigazos a Sancho para desencantar a Dulcinea mientras duerme. Como reacción, el labrador se pelea con él, lo derriba al suelo y pone una rodilla en su pecho, obligándolo a rendirse (II, 60; 1006).

Si bien Williamson tiene razón al insistir en la importancia de este episodio en el desarrollo de esta relación de poder entre caballero y escudero, y en destacar los pocos comentarios críticos que ha suscitado, me parece que sus conclusiones al respecto tampoco abandonan completamente la perspectiva de don Quijote. Como discuto más adelante, Williamson toma los valores que el caballero defiende a partir de la jerarquía “natural” que se atribuye como presupuestos que ordenan el mundo aportado por la narración, sin notar las distintas perspectivas que la voz narrativa va desarrollando a través del personaje de Sancho. Desde mi punto de vista, creo indispensable ensayar otras respuestas al conflicto entre ambos, intentando percibir los esfuerzos de este personaje a través de su propia situación y entendimiento. Es decir, concebirlos como una lucha, tan utópica como la del caballero en su afán de restituir la edad dorada, por establecer sus propios valores en la confusión de universos que representa la novela en sus discursos.

Volviendo entonces a la escena del llanto y a la pregunta por su motivación, creo necesario interrogar la dinámica que subyace al dúo a la luz de una de sus consecuencias principales: a saber, la interiorización de la moral propugnada por el discurso de don Quijote por parte de Sancho. Al notar que esta moral está estrechamente vinculada con la dimensión económica y social del mundo, es posible notar también que el último llanto de Sancho tiene más que ver con la pérdida de su propio modo de vida en la cambiante sociedad española de fines del siglo XVI y principios del XVII que con la muerte de un supuesto amigo y maestro.

Si bien, a lo largo del libro hay al menos cuatro o cinco ocasiones en las que Sancho llora –esto depende de la edición, ya que en la enmienda al texto de la segunda edición de 1605 editado por Juan de la Cuesta hay un llanto más, producto del robo del rucio por parte de Ginés de Pasamonte–, desde el inicio de la segunda parte hasta el final del libro vamos notando que el motivo de la mayoría de estas se perfila claro y reiterativo.

Al observar las circunstancias que propician cada uno de los llantos, se aprecia que el primero, en la aventura de los batanes, responde al miedo y funciona como sutil estrategia para mantener al caballero a su lado hasta que claree el día (I, 20; 175). El segundo, al descubrir el robo del rucio, es fruto de la frustración por la pérdida de la posesión que considera más valiosa, sobre todo a partir de su situación socioeconómica (I, 23; 212 y 1107-08). Sin embargo, el tercero y el cuarto, que suceden respectivamente momentos antes de la tercera salida (II, 7; 599) y momentos después de la aventura del rebuzno (II, 28; 771), a diferencia de los otros dos, son consecuencia de la abyecta humillación a la que es sometido el escudero por parte de su amo, cada vez con mayor intensidad.

Si se observa con cuidado, en los momentos previos a estos llantos de Sancho hay dos situaciones que a lo largo de toda su servidumbre lo perturban y que afloran cuando su relación con don Quijote alcanza puntos críticos. Durante las aventuras, el labrador no puede tolerar ser el destinatario de injustas golpizas y agravios que deberían dirigirse a su amo, el caballero para quien estaban reservadas, y, por lo tanto, menos recibirlas sin ningún tipo de retribución clara. Se percibe, entonces, una profunda querella de Sancho en contra de la cómoda situación que vive don Quijote a partir de su irregular legislación laboral. Sancho no tiene nunca salario señalado, sino que depende de las mercedes que su señor le otorgue según el éxito de sus aventuras5.

Según Carroll B. Johnson, este conflicto se da por la yuxtaposición de dos sistemas económicos en la España del 1600: un sistema señorial-feudal basado en mercedes y uno capitalista incipiente sustentado en salarios. El drama del escudero es que ha trabajado en ambos, pasando del uno al otro indistintamente, sin conseguir, en ninguno de los dos, salir de su pobreza. Johnson, siguiendo a Charles V. Auburn, destaca los tres tipos de contratos laborales que protagoniza Sancho: el primero como empleado asalariado de Tomé Carrasco, el segundo como escudero a mercedes de don Quijote y, el tercero, el ambiguo acuerdo tácito que subyace a la tercera salida; como ahondaré más adelante, en este acuerdo Sancho desea un documento escrito que le asegure alguna remuneración por sus servicios y el caballero insiste en la promesa de la ínsula. Dada la situación precaria desde la que el labrador exige su contrato, el final de la negociación se inclinará evidentemente hacia los deseos del caballero. Las conclusiones de Auburn, según Johnson, apuntan a que la aceptación de las mercedes por parte de Sancho, aunque sin renunciar a sus deseos de salario, no responden a intereses innobles del escudero, sino que son clara evidencia de su situación social y extrema pobreza, ya que para él es imposible darse el lujo de elegir entre uno y otro sistema. En el fondo, el labrador desea salir de la pobreza a como dé lugar (Johnson 23).

Dado este argumento, me parece curioso que Johnson no ahonde en los motivos que hacen que Sancho “decida” en dos ocasiones renunciar a su interés en función de don Quijote, ni que tampoco sume a la ambigüedad de los dos sistemas económicos la inestable y confusa posición del labrador-escudero. A lo largo de la novela, se puede ver que Sancho, dependiendo del tema tratado, de la situación o de la arbitrariedad de don Quijote, a veces goza de las promesas de bienestar del círculo de la caballería y a veces no.

Momentos antes de que don Quijote vaya a acometer su tercera salida, narrada en la segunda parte del libro, lo hallamos inquieto por saber qué es lo que la gente opina de él y sus hazañas. Sancho, por su parte, siguiendo sus propios objetivos y las presiones de su esposa, según dice, regresa a la casa del caballero a reclamar los bienes prometidos por sus servicios ya efectuados. Allí, se enfrasca en una fuerte discusión con el ama y la sobrina, las que tratan de combatir la locura del hidalgo y culpan a Sancho por los desatinos. Sancho, por supuesto, se defiende y aclara: “Ama de Satanás, el sonsacado y el destraído y el llevado por esos andurriales soy yo, que no tu amo: el me llevó por esos mundos, y vosotras os engañáis en la mitad del justo precio; él me sacó de mi casa con engañifas, prometiéndome un ínsula que hasta ahora la espero” (II, 2; 561).

Considerando el alboroto, el cura, el barbero y don Quijote, que mantenían un diálogo en las habitaciones de éste, salen a ver qué sucede y escuchan atentos. Los primeros dos gustosos del sabroso espectáculo, pero el último preocupado y temeroso de que “Sancho no descosiese y desbuchase algún montón de maliciosas necedades y tocase en puntos que no le estarían bien a su crédito” (II, 2; 561). Por lo tanto, lo llama a su presencia y, a puerta cerrada, lo reprende:

–Mucho me pesa, Sancho, que hayas dicho y digas que yo fui el que te saqué de tus casillas, sabiendo que yo me quedé en mis casas: juntos salimos, juntos fuimos y juntos peregrinamos; una misma fortuna y una misma suerte ha corrido por los dos: si a ti te mantearon una vez, a mi me han molido ciento, y esto es lo que te llevo de ventaja.

–Eso estaba puesto en razón –respondió Sancho–, porque, según vuestra merced dice, más anejas son a los caballeros andantes las desgracias que a sus escuderos.

–Engáñaste, Sancho – dijo don Quijote –, según aquello “quando caput dolet”, etcétera.

–No entiendo otra lengua que la mía –respondió Sancho.

–Quiero decir –dijo don Quijote– que cuando la cabeza duele, todos los miembros duelen; y así, siendo yo tu amo y señor, soy tu cabeza, y tú mi parte, pues eres mi criado; y por esta razón el mal que a mí me toca, o tocare, a ti te ha de doler, y a mí el tuyo.

–Así había de ser –dijo Sancho–, pero cuando a mi me manteaban como a miembro, se estaba mi cabeza detrás de las bardas, mirándome volar por los aires, sin sentir dolor alguno... (II, 2; 562-63).

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Frente a esta última acusación, el caballero responde con cinismo señalando simplemente que eso no es verdad, “pues más dolor sentía yo entonces en mi espíritu que tú en tu cuerpo” (II, 2; 563) y raudo cambia el tema, pidiéndole a Sancho noticias de su fama. Este forzoso giro en la discusión plantea dudas sobre sus razones y si volvemos al episodio del manteamiento y a las palabras que el narrador apunta sobre la actitud de don Quijote, nos enteramos que, en su percepción, “si la cólera le dejara, tengo para mí que se riera” (I, 17; 153). Es decir, nada de dolor, sino ira por la imposibilidad de concretar hazañas dignas de elogio y granjearse fama, y de fondo risa, por la burlesca situación en la que se halla el escudero. Tales declaraciones, dan por el suelo con sus excusas.

Ahora bien, volviendo a la argumentación dada por el caballero más arriba respecto de “quando caput dolet”, me interesa confirmar en ella el modo en cómo el “nosotros” quijotesco no es fruto y reflejo de una genuina amistad forjada en el diálogo, como lo pretenden Laín Entralgo o Howard Young, sino más bien una estrategia retórica, acomodaticia e impositiva, que instala por sobre todo su propia visión de mundo. En efecto, este modo de argumentar y justificar la relación que sostiene con Sancho, hace ecos con el temprano episodio ante los cabreros y su hospitalidad. Habiéndose desplegado el grotesco escenario de la cena y sentados todos los comensales en círculo, don Quijote rompe el silencio haciendo gala de su buena voluntad y de los supuestos beneficios de la caballería:

Porque veas, Sancho, el bien que en sí encierra la andante caballería... quiero que aquí a mi lado y en compañía de esta buena gente te sientes, y que seas una misma cosa conmigo, que soy tu amo y natural señor; que comas en mi plato y bebas por donde yo bebiere, porque de la caballería andante se puede decir lo mismo que del amor se dice: que todas las cosas iguala (I, 11; 96).

 

 

 


En contraposición a lo que su amo podría esperar, Sancho declina tal comunión, advirtiendo: “Señor mío, estas honras que vuestra merced quiere darme por ser ministro y adherente de la caballería andante, como lo soy siendo escudero de vuestra merced, conviértalas en cosas que me sean de más cómodo y provecho; que estas, aunque las doy por bien recibidas, las renuncio para desde aquí al fin del mundo” (I, 11; 96). Si bien, la petición del escudero aparece como legítima y bien argumentada, resulta absolutamente vejatoria a los ojos del caballero, por lo que no puede hacer más que responder con violencia: “Con todo eso, te has de sentar, porque a quien se humilla Dios lo ensalza. // Y asiéndole por el brazo, le forzó a que junto de él se sentase” (I, 11; 97).

Como se aprecia, existe por parte de don Quijote una insistencia en imponer la idea de igualdad y justicia que él considera inherente a la caballería y al orden de mundo perfecto y deseable que, según él, ésta encarna. Recordemos que esta escena anticipa el discurso de la edad dorada y el interludio pastoril de Grisóstomo y Marcela. Sin embargo, en la práctica y confrontada al mundo histórico en el que tanto él como su escudero están situados, su modelo encuentra innumerables y conflictivas resistencias.

Pensando en este primer rechazo realizado por Sancho ante su forzosa inclusión en el “nosotros” que él no considera de su beneficio, al interior de la novela es posible notar otros episodios en los que el escudero, sintiéndose entonces con el derecho de participar de tal comunidad, experimenta violentas exclusiones. Más allá de lo cómico que provoca lo grotesco, pienso en los vómitos y malestares causados por el consumo del bálsamo de Fierabrás, los que dentro del mundo imaginado por don Quijote y asumido por Sancho se deben a que este último no es caballero y, por lo tanto, no puede disfrutar de sus propiedades curativas (I, 17; 150). Del mismo modo, el episodio del manteamiento es el que abre y configura la disyunción en la conciencia de Sancho entre promesas y realidad, a la vez que determina originariamente la exclusión definitiva de Sancho de esa igualdad prometida por el amo.

Al final de la primera visita a la venta de Juan Palomeque el Zurdo, mientras don Quijote simplemente se aleja enojado con el ventero por ser, según su opinión, un mal hostalero que no respeta las reglas de la caballería, Sancho, quien se siente en el mismo derecho que su amo de dejar el lugar sin pagar, es tomado por un grupo de “cuatro perailes de Segovia, tres agujeros del Potro de Córdoba y dos vecinos de la Heria de Sevilla”, quienes lo mantean y se divierten con él como con perro por carnestolendas (I, 17; 152-3).

Cuando Sancho logra finalmente escapar de su castigo y de la venta, acusa de inmediato el abandono del caballero, quien debió regresar y defenderlo en vez de huir. Don Quijote se excusa indicando que verdaderamente hizo lo que pudo por auxiliarlo, pero que al parecer la venta estaba encantada y le fue imposible llegar al sitio en donde lo manteaban. Sancho niega esas razones, afirmando que la venta y aquellos que lo mantearon eran sujetos reales –alude a los nombres y lugares de procedencia de cada uno– y no fantasmas o cosas parecidas. Sin embargo, don Quijote zanja la discusión recalcándole a Sancho lo poco que sabe de caballerías. A lo que Sancho responde: “sólo sé que, después de que somos caballeros andantes, o vuestra merced lo es (que yo no hay para qué me cuente en tan honroso número), jamás hemos vencido batalla alguna, si no fue la del vizcaíno” (I, 18; 155).

A partir de tal declaración, el destino de las aventuras de don Quijote no será otro que el fracaso. Después del manteamiento prosiguen la aventura de los rebaños y la de los encamisados, en las que don Quijote pierde las muelas por pedradas y resulta excomulgado. Sancho, por su parte, percibe la pérdida de sus alforjas en la venta y mirando los eventos y el deplorable estado del caballero, termina bautizándolo como “el de la Triste Figura” (I, 19; 171). Más aún, luego continúan la aventura de los batanes, la del yelmo de Mambrino y la de los galeotes, en las que ambos terminan además de golpeados y robados, como salteadores de caminos y libertadores de criminales.

Es comprensible, entonces, que, a partir de la desconfianza instalada en su conciencia desde el manteamiento y luego del ridículo episodio de los batanes, Sancho intente al menos reírse de la disyunción entre las palabras y la realidad de don Quijote. No obstante el buen humor del escudero, el remedo de las palabras del caballero resulta por supuesto un insulto para este y, por lo tanto, da en premio al labrador sendos lanzasos en la espalda y una reprimenda que lo tilda de “villano ruin […], criado y nacido entre ellos” y le exige no solo callar de ahí en adelante, sino además respetar las jerarquías: “es menester hacer diferencia de amo a mozo, de señor a criado y de caballero a escudero. Así que de hoy en adelante nos hemos de tratar con más respeto” (I, 20; 186).

Por supuesto, tal exclusión de la pretendida igualdad de la caballería andante provoca en Sancho la exigencia de justicia a través de la aclaración de los salarios, “por si acaso no llegase el tiempo de las mercedes” (I, 20; 186-7). A lo que don Quijote responde con el argumento que utilizará siempre para diferir la discusión y mantener a Sancho en la promesa de la ínsula: “jamás los tales escuderos tuvieron salario, sino merced” (I, 20; 187).

Evidentemente, no se puede esperar que tal conclusión satisfaga a Sancho y lo haga callar por el resto de las aventuras. Como lo he indicado previamente, momentos antes de la tercera salida, el labrador vuelve al caballero con un reclamo de su esposa. Según Sancho, para obtener la autorización de ella y salir nuevamente a la aventura necesita un contrato por escrito en el que se indique un salario adecuado por sus servicios, del que se regresará el monto justo de conseguirse en el futuro la prometida ínsula (II, 7; 596-7). Siguiendo la discusión trazada en la primera parte, don Quijote regresa al argumento de autoridad literaria, aunque esta vez va más lejos en su reprimenda. Dejando el tono adoctrinador, pasa a burlarse de Sancho remedando su sabiduría.

El labrador ha puesto en entredicho la palabra del caballero dudando de las mercedes, “que llegan tarde o mal o nunca,” y diciéndole que ni cree ni piensa “que vuesa merced me diese la ínsula que me tiene prometida” (II, 7; 596). Don Quijote acusa el insulto y en respuesta se burla de los refranes y de la pretendida indispensabilidad de Sancho: “Vale más buena esperanza que ruin posesión y buena queja que mala paga” (II, 7; 597), dice el caballero, aclarando que:

hablo de esa manera, Sancho, por daros a entender que también como vos sé yo arrojar refranes como llovidos. Y, finalmente, quiero decir y os digo que si no queréis venir a merced conmigo y correr la suerte que yo corriere, que Dios quede con vos y os haga un santo, que a mí no me faltarán escuderos más obedientes, más solícitos y no tan empachados ni tan habladores como vos (II, 7; 597-98).

 

 

 


Sancho, humillado y desilusionado, se queda mudo y pensativo, “porque tenía creído que su señor no se iría sin él por todos los haberes del mundo” (II, 7; 598). Al instante, para rematar la situación, llega el bachiller Sansón Carrasco quien desea, por sus propias motivaciones literarias, que don Quijote y Sancho vuelvan a la aventura. Así, presiona al labrador para que acepte el cargo a mercedes, proponiéndose él mismo como reemplazante. Bajo las circunstancias, don Quijote declara que encantado aceptará a cualquiera si es que Sancho no se digna a salir con él. Por supuesto, ante la presión, Sancho se apresura en responder que sí, aunque no sin dar una larga excusa (II, 7; 599).

Continuando en esta línea de peticiones de salario, respuestas negativas, humillaciones y llantos, deseo detenerme ahora en el tercero de estos episodios, ya que condensa fuertemente todo lo anterior y vuelve a hacer ecos del disputado manteamiento. Don Quijote y Sancho, al pasar una loma, se encuentran con el ejército del pueblo del rebuzno, quienes marchan decididos hacia el pueblo vecino a vengar las afrentas recibidas. El caballero intenta disuadirlos con su retórica sin mucho éxito y el escudero busca desestimar el agravio, a través de su propia experiencia. Enfrentando a los cientos de enfurecidos pueblerinos, Sancho no encuentra nada mejor que ponerse a rebuznar, afirmando que de él también se burlaban cuando era niño, pero que ahora tal habilidad le resultaba beneficiosa. Como es de esperar, “nombrar la soga en la casa del ahorcado” (II, 28; 767) como le recrimina posteriormente don Quijote da por los suelos con la pacificación de Sancho y culmina con la descarga de las iras del pueblo en las espaldas del escudero. Dado este desastroso desenlace, don Quijote huye, abandonando a Sancho en medio de la golpiza.

Cuando por fin lo liberan, molido y casi inconsciente, don Quijote trata de excusar sus acciones mediante nuevos subterfugios argumentales, cargándole a Sancho la culpa de todo el asunto. Sancho, por su parte, amenaza a don Quijote con no dejar de contar “que los caballeros andantes huyen y dejan a sus buenos escuderos molidos […] en poder de sus enemigos”. Don Quijote trata de salvarse de tal acusación, aclarando: “No huye el que se retira […]. Y así, yo confieso que me he retirado, pero no huido, y en esto he imitado a muchos valientes que se han guardado para tiempos mejores…” (II, 28; 767).

Ante la evidente pobreza de la excusa, Sancho recrimina indignado y con profundo dolor (físico y emocional) la desconsideración de don Quijote, declarando que ya poco puede esperar de la compañía del caballero, “porque si esta vez me ha dejado apalear, otras y otras ciento volveremos a los manteamientos de marras y otras muchacherías, que si ahora me han salido a las espaldas, después me saldrán a los ojos” (II, 28; 768). En consecuencia, decide que será mejor volverse a casa cobrando al caballero el sueldo equivalente a sus servicios.

Si ya en la aventura de los batanes Sancho había recibido dos lanzasos en la espalda por remedar las palabras de “el de la Triste Figura,” enfrentado la exclusión de la igualdad caballeresca pretendida por su amo y lidiado con la negación del sueldo, en la aventura del rebuzno, no solo recibirá los golpes –dados esta vez por los pueblerinos afrentados–, sino que sufre nuevamente la exclusión y negación de su salario, aunque a través de una violencia inusitada en toda la novela.

Sancho, quien se siente claramente traicionado, desea volver a casa y pide lo que él cree son sus justas retribuciones. Don Quijote le pregunta cuáles son y su escudero, haciendo cálculos y especulaciones, le señala primero una suma módica, pero agregando luego una altísima compensación por la aún incumplida promesa de la ínsula. El caballero, enfurecido, le responde como siempre, recalcando la inexistencia de escuderos asalariados, aunque esta vez lo despide violentamente:

vuelve las riendas, o el cabestro, al rucio, y vuélvete a tu casa, porque un solo paso desde aquí no has de pasar más adelante conmigo. [...] ¡Oh hombre que tiene más de bestia que de persona! […] Asno eres, y asno has de ser, y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida, que para mí tengo que antes llegará ella a su último término que tú caigas y des en la cuenta de que eres bestia (II, 28; 770-1).

 

 

 


Evidentemente la única reacción posible de Sancho ante tanta vejación es el llanto, el sometimiento y la humillación: “Señor mío, yo confieso que para ser del todo asno no me falta más de la cola; si vuestra merced quiere ponérmela, yo la daré por bien puesta, y le serviré como jumento todos los días que me quedan de mi vida. Vuestra merced me perdone y se duela de mi mocedad, y advierta que sé poco, y que si hablo mucho, más procede de enfermedad que de malicia; mas quien yerra y se enmienda, a Dios se encomienda”. Satisfecho, don Quijote responde: “...yo te perdono, con que te enmiendes y con que no te muestres de aquí en adelante tan amigo de tu interés, sino que procures ensanchar el corazón y te alientes y animes a esperar el cumplimiento de mis promesas, que, aunque se tarda, no se imposibilita” (II, 28; 771).

Para entender el particular problema que despierta en don Quijote tanto la memoria de los golpes recibidos por Sancho como su petición de salario, resulta indispensable interrogar el sistema de valores que el caballero busca perpetuar y que subyace a la contraposición que él mismo establece entre la validez de sus promesas y el interés de Sancho.

Steven Hutchinson, en su libro Economía ética en Cervantes, no solo demuestra la centralidad que tiene la capacidad de prometer en Don Quijote, sino que la interpreta a la luz del sistema de relaciones sociales que se construye en toda la obra cervantina (127). En ésta, según él, se observa un complejo sistema de valorizaciones que se encuentra en el núcleo de toda relación interpersonal y que guía, en gran parte, los sentimientos y las acciones de los personajes (21).

Ahora bien, para comprender cómo se construye este sistema en la obra de Cervantes, Hutchinson propone, como primer punto, identificar los alcances que tiene el modelo de la justicia distributiva de Aristóteles en el modo en que el filósofo construye todo su pensamiento sobre la naturaleza, la cultura y el ser humano, considerando a la vez la centralidad del pensamiento aristotélico en lo que se refiere a la moral y a la justicia entre los siglos XV y XVII6. Así, Hutchinson declara que en la filosofía de Aristóteles se plantea por primera vez “una visión global de la dinámica de los equilibrios y desequilibrios que existen en toda relación entre una persona y otra, o entre una persona o grupo y una comunidad” (23). De tal forma, el pensamiento distributivo de Aristóteles anima también sus reflexiones sobre la retórica, la política y la economía, en la medida en que en el centro de su sistema está siempre la valoración que establece una persona respecto a otra, y lo que en concordancia a eso cree que merece (24).

El segundo punto que Hutchinson declara imprescindible para desentrañar este sistema valórico que rige las relaciones interpersonales del mundo cervantino es lo que él considera el siguiente momento cumbre de la teoría ética en occidente: La genealogía de la moral de Nietzsche. De acuerdo con Hutchinson, la teoría ética después de Aristóteles comienza a decaer, en la medida en que filósofos como Hume, Rousseau, Kant y Kierkegaard, “plantean su teoría ética en términos de una distinción entre la humanidad como ‘es’ por naturaleza y como ‘debe ser’ […] Pero semejante enfoque convierte a los teóricos en moralistas… [y] acaban siendo más predicadores que exploradores de la ética” (25-26). En este sentido, Nietzsche continuaría de cierto modo el trabajo aristotélico ya que su aproximación al establecimiento de un sistema de valores en la modernidad estaría ligado a la idea del hombre y su pensamiento como reguladores de valores en la búsqueda por establecer dominación o superioridad sobre otros en sus relaciones. De tal forma, Nietzsche dejaría a un lado el “deber ser” moralista y regresaría a un estudio de la ética desde la dimensión económica que, según Hutchinson, la caracteriza.

En el segundo ensayo de La genealogía de la moral, Nietzsche se propone indagar sobre el nacimiento de la responsabilidad social y moral, comprendiendo el valor fundamental que tiene para la conformación del sujeto y la sociedad modernos. Según él, el objetivo primario de la humanidad ante la naturaleza es la creación de un animal con la capacidad de prometer; es decir, un individuo soberano capaz de asegurar el futuro a través de su responsabilidad moral. En consecuencia, la división fundacional de la sociedad se da para Nietzsche entre aquellos que son conscientes de su capacidad de prometer, con la que establecen un valor para medirse ante los otros, y aquellos que no tienen tal capacidad y quedan sometidos al dominio de los primeros (36-37). Considerando esta primera división, se puede empezar a explicar las razones que subyacen a los accesos de cólera y violencia que manifiesta don Quijote en contra de Sancho cuando éste pone en duda su facultad de prometer a través de la memoria de los golpes y de la petición de salario.

Para Nietzsche es necesario destacar que el proceso que experimenta un individuo para generar la capacidad de prometer y sostener su poder sobre los otros va de la mano con la necesidad de una memoria. Esta es indispensable para mantener presente en cada momento el orden y las jerarquías establecidas en el nacimiento de toda relación entre seres humanos. Así, el poderoso busca hacer recordar su capacidad de prometer, su responsabilidad, a la vez que les recuerda a sus subordinados su propia posición en tal interacción, resaltando la incapacidad de ellos de responderle a él con la misma promesa, y, en consecuencia, indicando la deuda que conservan a través de la aceptación del primer acuerdo.

Ahora bien, Nietzsche aclara que el olvido y la memoria son dos fuerzas activas fundamentales para la voluntad del ser humano y su ejercicio del poder. Precisamente, para pensar cómo se instala, entonces, un recuerdo indeleble en la memoria de un individuo, el filósofo recurre al tópico de que “la letra con sangre entra” –tal como lo piensa la duquesa en su palacio (II, 36; 830). Según él, el origen de la relación entre memoria y sacrificios (como es posible rastrearla en la historia de los mártires cristianos) radica en el instinto de que el dolor es la mejor ayuda para toda mnemotécnica (Nietzsche 38).

Esta relación entre memoria y violencia, en cuanto modo de sustentar un orden determinado, se consolida en la conciencia del sometido en forma de “mala conciencia” y “culpabilidad”, y cobra sentido, al interior de Don Quijote, al observar los momentos en que Sancho recibe injustos golpes e intenta construir una memoria a partir de ellos para disputar su posición frente al caballero. En ellos, se ve cómo este último le responde siempre con mayor violencia, buscando elidir tales recuerdos, desplazar la responsabilidad de los hechos a su escudero, promover la culpa, y atraer otros recuerdos anteriores que, hallándose en el nacimiento de sus transacciones, estabilicen y prolonguen la jerarquía establecida: sus servicios a cambio de la promesa de la ínsula.

Además, dentro de toda esta consolidación conceptual en torno a la transacción realizada entre don Quijote y Sancho, es fundamental considerar, por un lado, la relación etimológica que, según Nietzsche, tiene en el alemán el concepto de culpa (Schuld) con el concepto materialista de las deudas (Schulden), y, por el otro, la actual comprensión del castigo como retribución por un daño infligido. Bajo estos dos aspectos subyace la forma originaria que funda las relaciones entre promesa, memoria, culpa y castigo: la transacción y acuerdo que se lleva a cabo entre alguien que otorga un crédito y el deudor que lo acepta. Así,

the debtor, in order to inspire confidence that the promise of repayment will be honoured, in order to give a guarantee of the solemnity and sanctity of his promise, and in order to etch the duty and obligation of repayment into his concsience, pawns something to the creditor by means of the contract in case he does not pay, something that he still ‘possesses’ and controls, for example, his body, or his wife, or his freedom, or his life... But in particular, the creditor could inflict all kinds of dishonour and torture on the body of the debtor, for example, cutting as much flesh off as seemed appropriate for the debt. (Nietzsche 40-41)

 

 

 

 


En este sentido, la petición de salario por parte de Sancho se vuelve una irrupción radical en el orden de cosas concebido por don Quijote para su consolidación y perpetuación como amo. El salario, según el diccionario de la Real Academia Española, no significa otra cosa más que una paga o remuneración regular y, en especial, una cantidad de dinero con el que se retribuye a los trabajadores según los servicios prestados. Don Quijote funda su relación laboral con Sancho en la caballería y, por lo tanto, en la donación de mercedes. Es decir, un pacto sellado sobre la promesa de una retribución futura, fundada en la responsabilidad y honra del ejecutor y dependiente del éxito de las empresas acometidas.

De tal modo, la enmienda de Sancho se producirá definitivamente en los momentos finales del largo episodio en el palacio de los duques. Allí, el escudero recibe al fin su gobernación, aunque no de manos de don Quijote, sino del duque. Obviamente, para mantener su poder, el caballero requiere entonces de una ceremonia en la que sea él quien le otorgue, si no la ínsula, al menos la venia y sabiduría para su gobierno. En sus consejos, enfatiza fuertemente el hecho de que Sancho debe poner ojos en quién es, procurando conocerse a sí mismo; un acto que deviene en hacer gala de la humildad de su linaje y reconocimiento de su sangre labradora (II, 42; 868). De tal modo, este recordar sus orígenes y nacimiento viene a señalar el hecho de que si no fuera por don Quijote, él no estaría en estas circunstancias. Entre tantos consejos, Sancho se impacienta y le dice a su amo que no tendrá memoria para recordarlos. El caballero, enfurecido, lo regaña atacando la supuesta sabiduría de Sancho en el uso de refranes, los que según el escudero son su única hacienda y caudal. Manejando la situación, don Quijote termina entonces por advertirle: “Sancho, que si mal gobiernas, tuya será la culpa y mía la vergüenza; más consuélome que he hecho lo que debía en aconsejarte con las veras y con la discreción a mí posible: con esto salgo de mi obligación y mi promesa” (II, 43; 876). Tales palabras ponen término al contrato con el escudero y en ellas Sancho reconoce que es hora de comenzar con su enmienda. Así, devuelve al caballero su autoridad, renunciando a su libre albedrío e indicando que si a él no le parece que deba gobernar, entonces no lo hace. Ante tal reconocimiento, don Quijote finalmente otorga su venia7.

La segunda parte de esta enmienda sucede al concluir Sancho su gobierno. Fatigado de las dificultades e intrigas de su, sin saberlo, falsa y teatral experiencia montada por los duques, la abandona, pero no sin antes hacer su última declaración de principios muy de la mano con las teorías políticas de su tiempo:

Abrid camino señores míos, y dejadme volver a mi antigua libertad: dejadme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente. Yo no nací para ser gobernador... Mejor se me entiende a mí de arar y cavar, podar y ensarmentar las viñas... Bien está San Pedro en Roma: quiero decir que bien se está cada uno usando el oficio para el que fue nacido8 (II, 53; 957).

 

 

 


Y luego, una vez ante los duques y don Quijote, las verdaderas autoridades, concluye diciendo y enfatizando en su honestidad – “entré desnudo y desnudo me hallo: ni pierdo ni gano” (II, 55; 973)– que en los diez días de su gobernación, lo único que granjeó fue el conocimiento de que no se le da ser gobernador ni de una ínsula ni del mundo y que, por lo tanto, “doy un salto del gobierno y me paso al servicio de mi señor don Quijote” (II, 55; 974). O sea, no solo respetó la máxima dada por su amo sobre conocerse a sí mismo, sino que la siguió al pie de la letra a partir del modo en cómo don Quijote entiende el mundo y sus jerarquías.

La confirmación de esta interiorización se observa tanto en el regreso a su pueblo, como en el momento previo a la muerte de don Quijote. Justo antes de descender a su aldea, Sancho, y no el caballero, anuncia su llegada, declarando que él vuelve, “si no muy rico, muy bien azotado” (II, 72; 1093), lo que hace directa alusión al dicho que ya había estampado en carta a su esposa, Teresa, durante su gobierno. En ella declaraba: “si buenos azotes me daban, bien caballero me iba” (II, 36; 831), frase que, según nota de Francisco Rico, se atribuía a un delincuente azotado por las calles y, por lo tanto, al disciplinamiento y a la enmienda de actitud. Y luego sobre don Quijote dice “que si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo, que, según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que desearse puede” (II, 72; 1093). O sea, convertido a sus ojos no solo en un modelo de comportamiento y vida, sino que la encarnación misma de la promesa de cualquier futuro.

Edwin Williamson interpreta estos últimos episodios como la confirmación del fracaso absoluto de la aventura que se desarrolla a través de la relación de ambos. Según él, y en oposición a la critica tradicional sobre el asunto, no existe ninguna influencia entre los dos personajes; no, al menos, en términos de un lazo fraternal, sino que “their association has ended in conflict, division, and the merciless explotation of the master by his servant” (857). En este sentido, su propuesta es que la relación de poder entre amo y siervo culmina invirtiéndose completamente hacia el final, sobre todo con respecto al desencantamiento de Dulcinea. Sancho aquí es quien tiene la última palabra y la utiliza para poner de rodillas a su amo para que le ruegue, respondiéndole con mentiras y latigazos fingidos (II, 71; 1085).

Las observaciones de Williamson son acertadas, pero creo que en su argumento se olvida de que gran parte de la discusión de jerarquías entre el caballero y su escudero va de la mano con sus problemas de sueldo. El episodio al que se refiere, vendría a establecer un cuarto momento en el que Sancho discute algún modo de conseguir una retribución monetaria por sus servicios, aunque esta vez –por primera vez– desde una posición privilegiada. Puede argüirse, entonces, que don Quijote intencionadamente olvida, dado su principal interés en Dulcinea, sus argumentos literarios, y ofrece dinero a Sancho a cambio de los latigazos y, por lo tanto, que el caballero renuncia a las leyes con las que ha regido su comportamiento hasta entonces y con las que ha castigado a Sancho a lo largo de todas sus aventuras.

De tal forma, me parece que el argumento de Williamson interpreta la dinámica del dúo a partir de una inversión de roles sin cuestionar la forma en que los sistemas valóricos de cada uno son puestos en disputa a lo largo de la narración. Si bien concuerdo absolutamente con la conclusión final de Williamson, en la que afirma que “a series of logical steps arising form the interaction of master and servant he [Cervantes] was led to undermine the principle of hierarchy that was a cornerstone of the ideology of his day” (856), creo que no considera qué es lo que sucede con Sancho al finalizar todo el viaje y, por lo tanto, no logra hacerse cargo de los desesperados intentos de Sancho por no perder al caballero momentos antes de su muerte.

Tanto en las alabanzas del escudero al entrar al pueblo, como en las súplicas para que el caballero no se deje morir y que se vayan como pastores tal cual lo tenían concertado, se condensa efectivamente la interiorización de la moral quijotesca. Sancho, durante todas las aventuras, ha aprendido a comportarse bajo el orden de mundo propuesto por don Quijote, aceptando sus jerarquías y aprendiendo a utilizar las ficciones del caballero para su propio beneficio. A través de éstas, Sancho consigue un módico nivel de agencia y ciertas posesiones con las que logra negociar con el caballero, pero a costo de la asunción de sus reglas. Como se ve en los episodios finales, esto lo impulsa a aceptar, en definitiva, el sistema de promesas y deudas con tal intensidad que incluso llega a declarar en su total desesperación que “si se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa” (II, 74; 1103), con el fin de mantener viva la promesa de un futuro esplendor. Como se puede notar, este orden ha discurrido desde el imaginario de don Quijote, pasando por la ficción hasta la conciencia de Sancho y se ha instalado potentemente. Si bien el labrador queda con algo de dineros, lo hizo al costo de moderar, pactar e invertir un modo de vida que lo alejó de su lengua, que él declaraba su único patrimonio, lo mismo que de sus pretensiones de ascensión social y de justicia.

Javier Salazar Rincón en El mundo social del “Quijote” celebra el hecho de que la novela funcione como parodia de su contexto histórico y social, a la vez que se transforma en una lección frente a él. Según su punto de vista, tanto Sancho como don Quijote viven el engaño de sus deseos provocados, a la vez que experimentan un desengaño final que los transforma profundamente.

Según él, durante sus aventuras, ambos han vivido una farsa social provocada por el mundo en crisis y transición en que les tocó vivir. Sin embargo, ésta, después de la aventura del barco encantado y del episodio de los duques, llega abruptamente a su fin, lo que los obliga a asumir sus crueles verdades:

al lograr este conocimiento, amo y criado descubren cuál es su sitio en el mundo, recobran la razón, vuelven al orden natural, se desengañan. Este desengaño... adquiere un sesgo definitivo, irreversible, en los dos episodios culminantes de la historia – el final del gobierno de Sancho y la curación de don Quijote –, y en él reside la mayor victoria de ambos personajes y la gran lección social y moral de la novela (El mundo social… 309).

 

 

 


Recuperando lo que he argumentado hasta este momento, solo quiero reiterar que me parece fundamental interrogar el significado de esa pretendida victoria y las celebraciones que promueve. Hay que cuestionar, en este sentido, hasta qué punto la honestidad de Sancho al abandonar el gobierno de la ínsula es realmente un desengaño a celebrar, y no, más bien, como lo he planteado a lo largo de este artículo, el último paso de la interiorización de una moral y de un orden de mundo determinado y distribuido desde un foco pretendidamente universal y elevado, que no tiene nada que ver con su propia realidad. Así, me parece imperativo pensar que Sancho, ante el cadáver de don Quijote/Alonso Quijana el Bueno, experimenta un último y final desengaño, que es el que pone en jaque todo supuesto aprendizaje anterior y el que provoca su último llanto.

Sancho, ante la muerte de su amo, efectivamente llora la pérdida, pero no la del caballero, sino que la de sus posesiones más íntimas, aquellas que invirtió en la aventura, a la vez que la pérdida de todas sus esperanzas, las que tenía ese día en que don Quijote “tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero” (I, 7; 72).

 

NOTAS

 

1 Agradezco al Departamento de Lenguas Romances de Washington University in Saint Louis por el “Summer Funding” otorgado para finalizar esta investigación. También agradezco a la profesora Nina Davis por su atenta lectura del manuscrito y sus valiosas observaciones.

2 Todas las citas de Don Quijote pertenecen a la misma edición del IV Centenario a cargo de Francisco Rico presentada en la bibliografía. De ahora en adelante, al referirme a ella, indicaré en paréntesis la parte, el capítulo y el número de la página al que pertenece la referencia. De tal modo, (II, 7, 596), remite a la segunda parte, capítulo siete, página 596.

3 Sobre la querella entre distintos modos en cómo la crítica ha impuesto una lectura romántica sobre el Quijote ya es clásico el texto de Anthony Close, The Romantic Approach to Don Quixote.

4 La situación socioeconómica que Sancho representa queda establecida desde el texto, al determinarlo como labrador y la crítica ha logrado especificar claramente su pertenencia al estrato más pobre de dicha clase. Al respecto, véanse en la bibliografía los textos de Templin, Johnson y Javier Salazar Rincón, para una aproximación desde la crítica literaria, y los de Noël Salomon y Teófilo F. Ruiz, para una aproximación histórico-sociológica.

5 Los episodios principales en los que Sancho y don Quijote discuten sus problemas de salario se encuentran en el capítulo XX de la primera parte (187) y en los capítulos VII (596-8) y XXVIII (768-71) de la segunda. De todos modos, no son las únicas partes en las que Sancho piensa sobre su salario o sobre los distintos modos en cómo le gustaría hacer fortuna. Baste mencionar, por ejemplo, el momento en que piensa que le bastaría la receta del bálsamo de Fierabrás (I, 10; 92) o cuando se ilusiona con el tráfico de esclavos si es que puede gobernar algún lugar del reino de Micomicón (I, 29; 295-6).

6 Sobre la centralidad de Aristóteles durante los siglos XV y XVI en España se pueden consultar los artículos de Anthony Pagden “The diffusion of Aristotle’s moral Philosphy in Spain, ca. 1400-1600” y “The Preservation of Order: The School of Salamanca and the ‘Ius Naturae’ ”.

7 Para un excelente análisis de los consejos de don Quijote a Sancho en el que se demuestra cómo la perspectiva del caballero difiere de los argumentos establecidos por el narrador frente a las opiniones de su época, véase “Los Consejos de Don Quixote a Sancho” de Helena Percas de Ponseti.

8 En referencia a las teorías políticas y de gobierno con las que dialoga Don Quijote véase el artículo “Sancho Panza Wants an Island” de Luis R. Corteguera. Sobre todo, para notar cómo la novela ironiza sobre los saberes establecidos en la época y cómo en muchas ocasiones no eran sostenibles al cotejarlos con la realidad.

 

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