IV. RESEÑAS

 

Juan Manuel de Prada.
El castillo de diamante.

Madrid, Espasa, 2015, 455 pp.

 

El escritor Juan Manuel de Prada (1970) nos sorprende con este nuevo relato de temática histórica –que ya va por su cuarta edición–, centrado en esta ocasión en un doble protagonista femenino, si bien la intención explícita es rendir homenaje a la escritora mística española, cuyo quinto centenario del nacimiento se ha celebrado en España durante el año 2015 con numerosos eventos y congresos internacionales, como los organizados por la Universidad Complutense de Madrid o la Universidad Católica de Ávila. La pluma de nuestro escritor enfrenta en su prosa, siempre audaz en el uso magistral de la lengua castellana, a dos mujeres que sobresalieron en la sociedad española del siglo XVI español por diversas circunstancias: Teresa de Jesús y Ana de Mendoza, princesa de Éboli; "dos mujeres que no se conformaron con ser las mujeres que el mundo quiso que fueran, a veces para su contento, a veces para su sinsabor y quebranto", como explica el propio Juan Manuel de Prada en el apartado Agradecimientos.

Para presentar tan destacadas figuras históricas al lector contemporáneo, de Prada ha tomado como motor de acción del relato el estallido de una pasión: la envidia que la princesa de Éboli y duquesa de Pastrana siente por la mística reformadora, solo confesada abiertamente al final de la historia y que la hará exclamar en su presencia: "¡Teresa, cuánto os odio!" (III, cap. 4), ante su incapacidad de poderla admirar.

La novela toma como fuente literaria –y, en ocasiones, con parlamentos textuales– el capítulo 17 Del Libro de las Fundaciones (1582) de la escritora mística Teresa de Jesús y algunos capítulos del Libro de la Vida (1562), cuyo manuscrito estuvo en manos de la duquesa de Éboli y fue entregado al Santo Oficio por sospechoso de herejía. El título metafórico "castillo de diamante" obedece a la deslumbrante imagen plástica que la escritora abulense hace del alma humana en su libro Castillo Interior. Morada Primera (1577).

Estructurado en tres partes correspondientes a tres fechas históricas (1562, 1569 y 1573), de diversa longitud y capítulos, la ficción histórica comienza su andadura en el año 1575, cuando dos personajes de la nobleza española –la princesa de Éboli, Ana de Mendoza, y Antonio Pérez, secretario del rey Felipe II– viajan juntos rumbo a Sevilla para poner una denuncia notoria en el castillo de San Jorge, sede del Tribunal de la Inquisición: la acusación de hereje a la monja carmelita Teresa de Ahumada por sus escritos y visiones místicas. De Prada utiliza un largo flash-back para entender el motivo de esta falsa acusación, fruto de las pasiones más inusitadas en dos corazones heridos por la envidia y la ambición. La novela se cierra con un Epílogo resolutorio del "caso herético" en la misma fecha y lugar del inicio, Sevilla 1575, dotando así el novelista de una estructura cerrada a la historia.

De fondo ambiente, el lector se encuentra con una mirada ligera a la historia del Siglo de Oro español: las intrigas palaciegas durante el reinado de Felipe II con su arribista y vanidoso secretario Antonio Pérez, el muy prudente don Ruy Gómez de Silva –esposo de Ana de Mendoza y amigo de infancia del Rey Austria– y la casa de Alba, con "el apuesto bastardo" don Juan de Austria, hermanastro del rey, al frente; la llegada de los luteranos a España, las sectas de los alumbrados perseguidos por la Inquisición; los excéntricos personajes visionarios que pulularon por tierras españolas, como Catalina de Cardona o sor Magdalena de la Cruz, franciscanos "heréticos y campechanos" y dominicos "untosos y protocolarios" (p. 30), etc.

El contraste sostenido entre las dos figuras femeninas, Ana – Teresa, a lo largo de las páginas hace avanzar el relato, que se decanta, en sus páginas finales, hacia la acción maquiavélica de la duquesa de Éboli, más propicia a ser explotada en la ficción. Esta presentación de dos personalidades contrastadas es patente desde el inicio de su amistad en 1562, en casa de doña Luisa de la Cerda, de la que se ocupa toda la primera parte de la novela. Doña Ana de Mendoza aparece como una mujer con carácter dominador y envidiosa, frente a Teresa, mujer inteligente, sencilla, llena de caridad e iluminada por una luz interior que le hace sentirse y actuar con gran libertad de espíritu. Hallará el lector una síntesis muy lograda de dicha contraposición entre ambos personajes en boca de Teresa en las páginas finales de la novela.

Uno de los hitos de la novela lo constituyen, sin duda, las extraordinarias caracterizaciones de las dos mujeres en la pluma de Prada, tanto por sus descripciones como por su puesta en escena en el relato. La princesa de Éboli destaca por su marcado narcisismo, agravado en demencia, tras la muerte del esposo amado, la fidelidad conyugal exquisita hasta el día de la muerte de su marido, que contrasta, por otra parte, con los galanteos permisivos hacia el mujeriego Antonio Pérez, al que le unirá, más que la atracción amorosa, su común "pasión de mando" en la España de los Austrias, donde los nobles quieren brillar con luz propia en los escenarios palaciegos.

En Teresa de Jesús, en cambio, sobresale en la ficción la curiosa justificación de sus pensamientos y acciones en las lecturas de las novelas de caballerías, de las que se sabe fue aficionada lectora en su primera juventud, recordando diversos personajes literarios célebres y sus aventuras. Sospecha el narrador que en ellas se cimentaba un aspecto importante de su personalidad, "a la vez arrojado y fantasioso, lúdico y esforzado, que casi nadie captaba, con lo que se hacia muy difícil entender que una monja tan anhelante de recogimiento y clausura anduviese a la vez de fundadora por esos caminos de Dios". (p. 400). Detectamos que son abundantes las alusiones durante el relato y hasta califica De Prada a Teresa de "nueva Uganda" que propone la vida como una aventura regalada por Dios (I, capítulo 4). El "castillo de diamante" teresiano donde anida Dios es un elemento más de ese mundo novelesco vivo y operante en su imaginación. Su marcada bondad la lleva, en la ficción, a intentar rescatar la pobre alma de la princesa de Éboli, poseída ya de todos los demonios tras el ingreso inoportuno en el convento de Pastrana y el abandono posterior de todas sus compañeras. Teresa será la misma mujer en Ávila, Toledo, Pastrana o la misma Corte de Madrid, astuta y despierta para ganarse bienhechores para sus fundaciones, prudente para frenar las intromisiones de la frivolidad cortesana, paciente y auténtica en la defensa de sus ideales "a lo divino". De Prada ha construido un personaje muy humano que fácilmente conquista al lector.

El punto de vista narrativo oscila entre los dos personajes femeninos: unas veces focalizado en Teresa, sus andanzas y desventuras; otras, en la ambiciosa doña Ana de Mendoza y sus maquinaciones, "nido de alacranes que moraba en su pecho" (I, capítulo 7). Esta alternancia como técnica narrativa agiliza, en cierto modo, la lectura del relato. Asimismo, podemos destacar que el dominio del lenguaje de Juan Manuel de Prada es excepcional, con una riqueza y precisión léxica propia del escritor en sus anteriores producciones. Destacamos la originalidad en sus comparaciones, el sutil manejo de la ironía en la caracterización de los personajes secundarios, con claros ecos barojianos, y el uso en ocasiones de "tics" caracterizadores, propios de la novela galdosiana.

 

Beatriz de Ancos

Universidad Católica de Valencia
Beatriz.deancos@ucv.es