II. NOTAS

 

Medievalismo y orientalismo: "el pasado es un país extranjero"

 

María Eugenia Góngora Díaz

Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile
mariagongoradiaz@gmail.com

 

"The past is a foreign country, they do things differently there"

L.P.Hartley, The Go-Between 1

C’est vers le Moyen Age énorme et délicat
Qu’il faudrait que mon cœur en panne naviguât,
Loin de nos jours d’esprit charnel et de chair triste

Paul Verlaine, Sagesse, chant X, 18812

 

Introducción

La frase que menciono en el título de esta reflexión, "El pasado es un país extranjero", proviene del primer capítulo de The Go-Between, una novela inglesa de mediados del siglo XX, y entiendo que nos propone la tradicional imagen del viaje como modelo del conocimiento del pasado, de aquel lugar en que "hacen las cosas de manera diferente"; en este ensayo, ese viaje es una reflexión que surge de algunos aspectos de nuestra apropiación de una época que hemos llamado la "Edad Media" en Europa.

El carácter ‘originario’ que tantas veces se ha atribuido a ese largo período de al menos diez siglos, tanto desde la historiografía como desde el estudio de la literatura y las artes, es justamente uno de los temas centrales de mi reflexión. Al mismo tiempo que esa época ha sido vista como un tiempo casi mítico de los orígenes, ha sido también considerada como un período esencialmente contradictorio, religioso e irreverente, cercano y ajeno, brutal y refinado a la vez. En síntesis, un mundo ya pasado y, aparentemente, muy diferente al nuestro.

La afirmación inicial de la novela de Hartley cuyas primeras líneas me sirven como una primera señal o epígrafe, y que son citadas a menudo en el mundo literario y académico anglo-sajón, alude a una de las posibles razones por las cuales muchos de nosotros compartimos una búsqueda y un camino: ¿por qué y de qué manera buscamos el pasado, ese lugar donde las cosas fueron diferentes, y por qué regresamos a sus registros y a su memoria?

Por otra parte, los versos del poeta Paul Verlaine (1844-1896) que constituyen el segundo epígrafe de este ensayo, son una confirmación (inesperada) de mi propuesta, que es fruto más bien de una intuición que de una investigación acabada. En el contexto de su poemario publicado en 1881 y titulado Sagesse, un poemario de contrición y regreso al catolicismo, Verlaine acude a la imagen de la Edad Media como la de un tiempo radicalmente diferente al de su propio siglo que es descrito como jansenista, galicano, (¿puritano quizás?), mientras que la Edad Media, "enorme y delicada" es percibida como un tiempo de sanación espiritual, en el que podría recuperar su fuerza ejerciendo cualquiera de los oficios posibles en esa época; en los últimos versos caracteriza asimismo a la Edad Media como una "fuerza ardiente y flexible" y se imagina viviendo en ella, guiado "por la locura única de la Cruz y sobre tus alas de piedra, oh loca Catedral". Así pues, la salvación, la santidad y la locura son las marcas más significativas de la imagen de aquella Edad Media deseada y buscada en el soneto de Verlaine y, al poner sus versos junto a la cita de Hartley, los convertimos aquí en otra señal o "guía de lectura" de esta reflexión sobre la relación entre ‘medievalismo’ y ‘orientalismo’.

 

Medievalismo y orientalismo

Quisiera referirme en este trabajo a un concepto particular que ha venido acompañando nuestros estudios literarios e históricos desde su institucionalización en el siglo XIX, el llamado ‘medievalismo’, y quiero asociarlo aquí al ‘orientalismo’, otro concepto puesto en boga por Edward Said en su Orientalism, publicado en 1978, hace ya casi cuarenta años.

La primera parte del título de esta reflexión quiere establecer precisamente un acercamiento entre ‘medievalismo’ y ‘orientalismo’, dos campos de conocimiento que han estado históricamente relacionados, aunque no siempre de manera explícita ni claramente reconocible. Entiendo aquí por ‘medievalismo’ el conjunto de disciplinas que han construido su objeto de estudio en torno a los textos literarios y religiosos en general, las creencias y las devociones, la historia, las instituciones y los procesos sociales de los diez siglos de historia europea que convencionalmente llamamos Edad Media. Esta búsqueda de un tiempo pasado ha sido, al menos para los europeos, una búsqueda de la identidad y de los orígenes, y ha pasado por todas las peripecias de la historia de las ideas y de las percepciones que han surgido en el curso de los siglos modernos; en este mismo sentido, debemos tener en cuenta que, antes de la institucionalización académica de las disciplinas, el ‘medievalismo’ significó, especialmente durante los siglos XVIII y XIX, una predilección –a veces diletante– por una época del pasado, por sus personajes, sus historias y sus canciones.

Por su parte, el ‘orientalismo’ propuesto por Edward Said en su obra seminal de 1978 indaga, como sabemos, en el intrincado proceso de ‘conocimiento’ emprendido por los europeos, en estrecha relación con sus grandes empresas coloniales: encontramos también aquí a historiadores y filólogos, viajeros y militares, políticos y aventureros que construyeron el ‘Oriente’, y específicamente el oriente islámico –y lo siguen construyendo, así como los medievalistas siguen construyendo su propia Edad Media. Para Said, el orientalismo es propiamente un discurso, lo que significa "la distribución de cierta conciencia geopolítica en unos textos estéticos, eruditos, económicos, sociológicos, históricos y filológicos" sumada a un conjunto de sueños, imágenes y palabras que crean un ‘Oriente’3. El orientalismo implica también, necesariamente, una construcción de identidades a partir de la creación de la alteridad europea más reciente, así como el medievalismo de los siglos XVIII y XIX construyó una identidad europea a partir del rechazo y de la fascinación simultáneas por la diversidad étnica y religiosa característica de los primeros siglos de la así llamada "Cristiandad" en Europa. Esta ha sido una historia compleja y, por cierto, no es posible encontrar una sola ‘clave’ para la comprensión cabal de estos ‘edificios culturales’, como tampoco es posible descubrir una sola ‘clave’ de los sueños que subyacen a nuestros viajes al pasado y a nuestras reconstrucciones de los orígenes.

 

Imágenes de la Edad Media

En la primera parte de esta reflexión, quiero hacer un breve recuento de las imágenes de la Edad Media que han llegado, a distintos niveles, a nuestro imaginario a través de las artes, la literatura, la historiografía, la arquitectura y más recientemente, los viajes, el cine y la música. En relación con esta compleja construcción del pasado medieval, y a partir de ciertos planteamientos de Umberto Eco (1986: 61-85) en sus ensayos sobre "el regreso de la Edad Media" así como en los estudios –quizás más sustanciosos– de John Ganim en su obra titulada Medievalism and Orientalism (2008), espero mostrar cómo ‘medievalismo’ y ‘orientalismo’ comparten ciertos campos temáticos fundamentales. En este sentido, ha sido muy útil también para mí el trabajo de Norman Daniel sobre la construcción específicamente medieval de la imagen del Islam en Europa (Daniel 1960). También es relevante en este ámbito el breve texto de José Ruiz-Domènec sobre la relación entre historia, novela y cine para la ‘recuperación’ contemporánea de la Edad Media, sobre todo a partir de los años setenta y ochenta en Europa4.

La relación entre medievalismo y orientalismo en la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX está bien resumida por John Ganim en la introducción a sus tres ensayos sobre medievalismo y orientalismo en las áreas de la literatura, la arquitectura y la identidad cultural. Si bien su mirada se centra en Inglaterra, varias de sus consideraciones son útiles para la comprensión de los fenómenos culturales que nos interesa mostrar en un contexto más amplio.

Nuestra relación con el pasado medieval se ha constituido en un largo proceso de superposición dinámica de interpretaciones y de apropiaciones conflictivas y contradictorias, como se muestra de manera ejemplar, sin duda, en el poema de Verlaine que he citado como epígrafe.

Este proceso, por cierto, no ha terminado, como lo demuestran los numerosos estudios actuales sobre el imaginario ‘medievalista’ en la literatura y el cine modernos, sobre ‘medievalismo y nacionalismo’, ‘medievalismo y estudios post-coloniales’, por mencionar solo los más fácilmente identificables. Para los lectores legos de nuestro siglo, puede decirse que la Edad Media ha sido pasada por el cedazo de las novelas de Tolkien, las películas de Disney, las visitas masivas a los grandes monumentos medievales, (algunos de ellos reconstruidos en Norteamérica); a un nivel popular, encontramos también los ‘banquetes medievales’ que se ofrecen en toda Europa, así como las ferias neomedievales con sus artesanos, sus juegos, la música y teatro revividos por los artistas que, en una palabra, nos muestran la Edad Media como una Edad de la Inocencia; en mi propia experiencia, estas recreaciones ponen el acento en una imagen de la vida medieval alegre, pasional, instintiva y libre a pesar del peso de la influencia eclesiástica tan característica de la leyenda negra. Esta imagen popular no está tan lejos entonces de la recuperación que hicieron tantos historiadores y ensayistas a partir del siglo XIX europeo ni de las imágenes que han acompañado la fuerte recuperación de la música medieval desde hace varias décadas.

Así pues, junto a la enorme sofisticación de los actuales trabajos académicos sobre la Edad Media como período histórico, convive esta Edad Media duplicada, esta imaginería popular que va desde el cine y los juegos computacionales a la comida y al espectáculo, pasando por el turismo masivo y la novela best-seller; ahora bien, lo que efectivamente pareciera haber desaparecido de nuestro horizonte intelectual y que sí encontramos al hacer una revisión de los ensayistas e historiadores del siglo XIX, es la apropiación de la Edad Media europea como elemento de un discurso crítico en relación con el presente y el futuro. La Edad Media ya no es la utópica Edad de los Orígenes que quisiéramos recobrar; por otra parte, resulta significativo, como observa Ganim (2008: 4), que es frecuente la utilización del término ‘medieval’ en sus usos retóricos negativos al hablar del Islam y de los países del Oriente Medio en general, cuando aludimos a las condiciones sociales y a la ‘justicia medieval’ que en algunos de ellos se ha aplicado o se ha intentado aplicar.

John Ganim observa también, y en este mismo sentido, que el actual medievalismo, en cambio, pareciera estar libre de ciertos temas conflictivos como raza, género, nacionalidad y modernidad, que permean la discusión contemporánea sobre la cultura; pero en su perspectiva, precisamente algunos de esos temas, tienen una prehistoria que los inserta en la historia de la temprana recepción de la Edad Media. Por esta misma razón, pareciera no ser tan pertinente aplicar una teoría de género o un análisis propio de los estudios postcoloniales a los textos medievales, sino que puede ser más productivo descubrir el patrón que subyace tanto a la veneración como a la negación de la Edad Media en los textos y fenómenos (cronológicamente) medievales así como en los más recientes textos y representaciones que se acercan a esa época, para revisitarla.

En una frase singularmente reveladora de las contradicciones que hemos mencionado, Ganim (2008:5) afirma que desde las raíces de su propia terminología, la Edad Media ha sido imaginada en Occidente como un período y un mundo que pertenece, al mismo tiempo, a un Nosotros y a un Otro; ha sido identificado como un período políticamente unificado, homogéneo y anárquico a la vez, ha sido identificado como origen y ruptura, como lo hiperfemenino y lo hipermasculino a un mismo tiempo.

Por otra parte, la perspectiva histórica que establece un término de inicio de nuestra historia actual en la temprana modernidad, determina que el tiempo medieval es esencialmente premoderno; se asume así que nuestros códigos y presupuestos cognitivos, así como nuestro ‘sentido de la historia’ estaban ausentes en la Edad Media y que, por lo tanto, son los historiadores modernos los que le pueden otorgar un sentido a una época que careció de él. La misma asunción de un ‘vacío de sentido’ es perceptible en los documentos que dan cuenta de la comprensión del espacio y del sentido de los viajes modernos. Diversos estudios recientes han mostrado cómo la habitual comprensión contemporánea de la Edad Media (con excepciones a partir del romanticismo, por cierto), se puede entender como una proyección histórica en un vacío ‘oscuro y bárbaro’ que es ciertamente semejante al vacío ‘oscuro y bárbaro’ de América, del África, la India y el Oriente Medio, de los grandes espacios que se ‘abrieron’ frente al impulso colonizador moderno y a la correspondiente expansión geográfica. La tarea evangelizadora y civilizadora, en el clásico discurso colonizador, es ciertamente paralela a la tarea de ‘supresión’ de la Edad Media ‘bárbara y oscura’ que dominó por varios siglos la historiografía moderna.

 

Europa y el Islam: Identidades medievales

El discurso medieval sobre la identidad en relación con el Otro musulmán, en particular, es un elemento importantísimo en nuestra consideración de las relaciones entre medievalismo y orientalismo y es un aspecto menos conocido, por cierto, que el ‘orientalismo’ moderno. Quiero recordar aquí un trabajo temprano de reconstrucción de ese discurso, como el realizado por Norman Daniel, especialista en la épica medieval y en las imágenes del Islam en esa poesía. En sus libros (Daniel 1960, 1984), documenta la multiplicidad de relaciones entre el mundo cristiano y el mundo islámico durante la Edad Media, tanto los conflictos y polémicas como los intentos de conocimiento y de comprensión de una alteridad que, entonces como ahora, produce fascinación y temor a la vez. En el ámbito de las canciones de gesta francesas, es particularmente interesante observar el papel que las mujeres musulmanas juegan en el mundo heroico y caballeresco; su representación es especialmente interesante por la variedad de sus connotaciones, tanto positivas (a través del amor que las lleva a la conversión), como negativas, cuando ellas juegan un papel esencialmente destructivo (Daniel 1984: 72-78).

Por otra parte, durante la misma Edad Media parece haber existido una percepción de la superioridad ‘oriental’ en el campo material e intelectual. La presencia del pensamiento árabe y de su importancia en la historia de la filosofía europea es indudable y fue reconocida incluso por aquellos que combatían a filósofos de la importancia de al-Farabi, Avicena, al-Ghazali y Averroes. Sabemos también que la riqueza de la arquitectura, las armas y la artesanía, así como la importancia de la poesía y la música de los musulmanes de España fue también reconocida por los cristianos durante la Edad Media.

No podemos tampoco olvidar aquí una figura tan notable y polémica como la del Emperador Federico II Hohenstaufen (1194-1250), rey en Sicilia, Chipre y Jerusalén; Federico fue denominado ‘Stupor mundi’ por la amplitud de sus conocimientos, por su capacidad política y su pasión vital; sabemos que se rodeó de una corte brillante, y que su guardia estaba compuesta por hombres de armas musulmanes, a quienes no afectaría una eventual excomunión papal; de él se relata también que habría considerado a Moisés, Jesús y Mohammad en un mismo nivel, como profetas. Después de resistir múltiples presiones, y ya excomulgado por el papa Gregorio IX, Federico II organizó en 1227 una expedición militar para reconquistar Jerusalén. Durante meses parlamentó con el sultán egipcio al-Kamil, y llegó con él a una tregua honrosa para ambos. Fue coronado Rey de Jerusalén en 1228.

Más tardíamente, muchas de las construcciones medievales sobre el Islam, sobre ese inconquistable ‘país extranjero’, se verán reforzadas o matizadas. Para algunos de los estudiosos del siglo XX, la percepción medieval de la identidad de los adversarios musulmanes habría cambiado en la misma medida en que el poder de éstos fue disminuyendo. Así habría sucedido en España a medida que fue retrocediendo la frontera política y, como sabemos, los llamados romances fronterizos son una buena muestra de la relativa valoración que la figura de ‘los moros’ y su cultura empieza a tener en estos textos literarios. La cultura veneciana, por su parte, estuvo siempre abierta a las conexiones con el Oriente, pero gracias al establecimiento del reino normando en Sicilia, se produjo allí una inusual amalgama de culturas mediterráneas, cristianas y musulmanas, europeas y norafricanas. Se ha planteado que esta amalgama habría influido a su vez en la corte de Enrique II Plantagenet y su esposa Alienor de Aquitania, una de las mujeres más notables del siglo XII; al menos dos de las hijas de ambos, la reina Leonor de Castilla y la condesa María de Champagne, ejercieron a su vez una gran influencia en la cultura ‘cortesana’ de sus respectivos dominios. En este sentido, la relación entre el llamado ‘amor cortés’ y la cultura musulmana ha sido un tema muy debatido, así como el supuesto ‘tono orientalizante’ de la narrativa cristiana surgida en el siglo XII.

Este último elemento, en particular, fue retomado en el siglo XVIII por los primeros ‘anticuarios’ que iniciaron el gran movimiento de recuperación ‘medievalista’ que más adelante se convirtió en uno de los rasgos que definieron el romanticismo en Europa y, secundariamente, en América del Norte y del Sur. Así, la narrativa cortesana, con su interés central en la aventura y en el amor (y frecuentemente en el amor adúltero) fue considerada ya en la misma Edad Media como un fenómeno problemático y, como observa Ganim ( 2008: 17), un fenómeno tan polémico desde un punto de vista de la ‘moral social’, que resultaba más aceptable si se postulaba que sus orígenes eran extraños al mundo europeo y se postulaba su origen "oriental".

Incluso antes, ya en la segunda mitad del siglo XVII, Pierre-Daniel Huet publicó su Treatise on Romances and their Originals, en el año 1672. En este influyente tratado, Huet afirma que la novela medieval (‘romance’) tuvo sus orígenes en la España musulmana y considera que la ficción, como tal, con sus elementos alegóricos y retóricos, nació en el Oriente y se infiltró (el uso de este término es significativo) en Occidente a través de varios caminos. Thomas Warton, por su parte, en su History of English Poetry (1824) asume desde un comienzo que la literatura medieval y la literatura occidental de ficción en general recibieron un gran impulso gracias al contacto de los cruzados con los sarracenos (Ganim 2008: 17).

Así, cuando ya en el siglo XIX los estudios medievales se institucionalizaron en el mundo académico, toda una prehistoria de conceptos sobre los orígenes estaba en juego. Podemos decir que el estudio de la literatura medieval nace de un amor nostálgico por una época, más que de un aprecio particular por un autor o por ciertos textos. En esa nostalgia del primer medievalismo moderno están implícitos los conceptos de sociedad, historia, y los usos de la literatura. Más adelante, a mediados del siglo XX, la épica y la narrativa fueron centrales para la crítica y podemos observar de nuevo que el discurso crítico imagina primero una época, la Edad Media, como un ‘romance’, una novela cortesana, y luego ese mismo discurso se convierte prácticamente en una nueva especie de ‘género literario’, como lo postula Ganim (2008: 17-55), dada la evolución y las contradicciones del "medievalismo" que permea tanto la crítica como las creaciones artísticas, literarias y cinematográficas que ‘visitan’ la Edad Media por distintos caminos. La mayor contradicción surgirá, probablemente, entre las miradas originadas en la historiografía, por una parte, y en la filología, los estudios literarios, y de historia del arte, por otra, así como desde disciplinas más recientes, como la antropología; esas miradas han continuado ciertamente luchando desde sus respectivas trincheras y preocupaciones disciplinarias, por una hegemonía sobre la comprensión de ese pasado medieval.

 

Orientalismo, romanticismo y medievalismo

La obra de Edward Said y, en particular su Orientalism (1978), así como su libro Culture and Imperialism (1994), ha sido extremadamente influyente en el ámbito de los estudios literarios, como sabemos. Sus perspectivas han permitido descubrir nuevos puntos de contacto y nuevos objetos de interés y uno de ellos es la confluencia del movimiento romántico ya no solo con el ‘medievalismo’ sino también con el ‘orientalismo’ presente en la obra de varios de sus autores más representativos.

A comienzos del siglo XVIII, el conjunto de relatos populares árabes conocidos como las Mil y una Noches fue publicado en Inglaterra, a partir de la primera versión francesa de Galland (1706-1714); la influencia de estos relatos en la literatura europea fue sin duda determinante para la creación de un imaginario sobre el oriente. Por otra parte, la reconocible ambivalencia de las imágenes de personajes y situaciones que encontramos especialmente en la narrativa ‘orientalista’ ha sido interpretada en el marco de la ansiedad y la culpa que se pudo experimentar frente al mundo sometido, como parte de los objetivos de las grandes empresas coloniales: el Oriente Medio, la India (y también el continente africano, si pensamos en la obra del gran novelista Joseph Conrad, magistralmente estudiada por el mismo Said) están presentes en esta narrativa hasta el día de hoy, llevando las marcas innegables del discurso europeo.

En la historia literaria, el romanticismo, en su versión orientalista, puede ser reconocido por la recurrencia de elementos tales como nombres de personas y lugares, religiones, monumentos, obras de arte, objetos decorativos y vestidos que están marcados por su esencial ‘lejanía’5.

En esta confluencia de medievalismo y orientalismo que se produjo en los siglos XVIII y XIX encontramos, claramente, el viaje a un ‘país extranjero’. En la vertiente ‘medievalista’, ese país extranjero es, en primer lugar, el pasado europeo percibido como ‘arcaico’: reconocemos aquí la nostalgia del paisaje rural y de las costumbres, de los cantares y de los relatos populares en las aldeas, las ruinas de las abadías y los castillos, esas ‘sendas perdidas’ de una Europa anterior a la industrialización. En su vertiente orientalista, el centro de la narrativa es el viaje a los países lejanos, pasados o presentes, pero siempre ‘otros’. Así, es posible constatar que el pasado medieval y sus personajes, pueden ser sustituidos, en la vertiente orientalista, por el viaje a los lugares exóticos y maravillosos, por los sucesos extraordinarios de todo orden, la extravagancia de los personajes, tanto en sus emociones como en sus conductas y en sus discursos. El terror presente en las novelas ‘góticas’ (tanto ‘medievalistas’ como ‘orientalistas’) tiene muy probablemente su equivalencia en el terror que produce la experiencia del ‘otro’ arcaico y del ‘otro’ oriental, ambos desconocidos, fascinantes y amenazantes a la vez6.

El ‘orientalismo’, entendido en un sentido amplio y menos ‘denso’ desde el punto de vista intelectual, parece por otra parte estar todavía en el centro de nuestras discusiones actuales, y desde luego, en la durísima discusión política sobre la inmigración en Europa. Pienso que, en este sentido, la recontextualización del ‘orientalismo’ romántico del siglo XIX permite comprender su relación con temas que nos preocupan ahora, como la identidad y la diferencia culturales, la dominación imperialista y su ética. Asimismo, el conocimiento y el estudio del ‘medievalismo’ decimonónico y su inscripción en el mundo académico hasta nuestros días nos permite orientar y ampliar nuestra mirada sobre las posibilidades de la literatura, y su inserción en la historia de la política y de las ideas.

 

Notas

1 L. P. Hartley, The Go-Between, Harmondsworth: Penguin Classics, 1953, p. 1. "El pasado es un país extranjero, allí hacen las cosas de manera diferente" (la traducción es mía).
2 Paul Verlaine, Sagesse, X, Paris & Bruxelles, Societé Génerale de Librairie Catholique, 1881, p. 23. "Hacia la Edad Media enorme y delicada/ debería navegar mi corazón fatigado/, lejos de nuestros días de espíritu carnal y de carne entristecida"… En las siguientes estrofas, leemos: "Quel temps ! Oui, que mon cœur naufragé rembarquât/Pour toute cette force ardente, souple, artiste !/….Et là que j’eusse part– quelconque, chez les rois/Ou bien ailleurs, n’importe, – à la chose vitale,/Et que je fusse un saint, actes bons, pensers droits,/ Haute théologie et solide morale,/Guidé par la folie unique de la Croix/Sur tes ailes de pierre, ô folle Cathédrale!
"Qué tiempo! Que mi corazón naufragado se reembarcara, por esa fuerza ardiente, flexible, artista! …." Y que yo tuviera parte,– cualquiera, entre los reyes o en otro lugar, no importa, –en la cosa vital,/ y que yo fuese un santo, actos buenos, pensamientos rectos,/ alta teología y sólida moral, guiado por la locura única de la Cruz,/ sobre tus alas de piedra, o loca Catedral!" (la traducción es mía).
3 ". . . by Orientalism I mean several things, all of them, in my opinion, interdependent.  The most readily accepted designation of Orientalism is an academic one, and indeed, and indeed the label still serves in a number of academic institutions.  Anyone who teaches, writes about, or researches the Orient and this applies whether the person is an anthropologist, sociologist, historian, or philologist either in its specific or its general aspects, is an Orientalist, and what he or she does is Orientalism". (E. Said, Orientalism, Harmondsworth: Penguin Classics, 1995 (p. 2). "To speak of Orientalism therefore is to speak mainly, although not exclusively, of a British and French cultural enterprise, a project whose dimensions take in such disparate realms as the imagination itself, the whole of India and the Levant, the Biblical texts and the Biblical lands, the spice trade, colonial armies and a long tradition of colonial administrators, a formidable scholarly corpus, innumerable Oriental "experts" and "hands", an Oriental professorate, a complex array of "Oriental" ideas (Oriental despotism, Oriental splendor, cruelty, sensuality), many Eastern sects, philosophies, and wisdoms domesticated for local European use the list can be extended more or less indefinitely". (E. Said, Orientalism, (p. 4).
4 José Enrique Ruiz-Domènec, quien estudió con el historiador Georges Duby en el París de los años setenta, menciona específicamente la novela El Nombre de la Rosa, de Umberto Eco, como un punto de inflexión en el conocimiento popularizado de la Edad Media en Europa, y aún más allá (Ruiz-Domènec 280).
5 Se podría pensar en que el ‘Tigre’ de unos de los poemas más famosos de William Blake, pertenece a este ámbito, así como el sueño de ‘un árabe de las tribus beduinas’ en el quinto libro de los preludios de Wordsworth; el famoso poema ‘Kubla Kahn’ y su maravilloso palacio de Xanadu fue soñado por Coleridge y transcrito por él al despertar, según su propio relato; Lord Byron, por su parte, fue autor de unos Cuentos Orientales (escritos en una primera versión francesa) y el poeta John Keats escribió del amor con una doncella india en su Endymion, así como de las maravillosas especies y comidas de Fez, Samarcanda y el Líbano en sus ‘Visperas de Santa Inés’; por último, vale la pena recordar en este contexto el personaje de Safie, la doncella árabe de la novela Frankenstein, de Mary Shelley.
6 En cuanto al medievalismo romántico, vemos en la Inglaterra de los siglos XVIII al XIX que autores tan influyentes como Sir Walter Scott, Thomas Carlyle, John Ruskin y, sobre todo, William Morris, establecieron sus perspectivas sobre la vida y el arte de la Edad Media en una trayectoria que, en términos generales, puede ser descrita como un tránsito desde un conservadurismo paternalista a un socialismo utópico; esto último es muy evidente en las obras de William Morris, pintor, diseñador y escritor de gran influencia hasta nuestra época. En el siglo XIX, en síntesis, el ‘medievalismo’ estuvo en el centro de las discusiones sociales y políticas.

 

Bibliografía

Hartley, L. P. The Go-Between. Harmondsworth: Penguin Classics, 1953.

Daniel, Norman. Islam and the West: The Making of an Image. Edinburgh: University Press 1960).

________ Heroes and Saracens. A re-interpretation of the Chansons de geste. Edinburgh: University Press, 1984.

Eco, Umberto. "Dreaming of the Middle Ages" y "Living in the New Middle Ages". Travels in Hyperreality. London: Picador, 1986, pp. 61-85.

Ganim, John. Medievalism and Orientalism. Three Essays on Literature, Architecture and Cultural Identity (The New Middle Ages). London & New York: Palgrave MacMillan, 2008.

Ruiz-Domènec, José Enrique. "Reconstruyendo la Edad Media: Literatura, Historia y Cine". Los Secretos de la Escritura. Historia, Literatura y Novela Histórica, bajo la dirección de Manuel Lucena e Ignacio González. Madrid: Instituto de Cultura, Fundación Mapfre, 2007, pp. 279-289.

Said, Edward. Orientalism. Harmondsworth: Penguin Classics, 1995.

Verlaine, Paul. Sagesse. Paris & Bruxelles: Société Génerale de Librarie Catholique, 1881.