Gabriela Mistral. Desolación. A Bilingual Edition (1923) Translation, Introduction, and Afterward by Michael P. Predmore and Liliana Baltra. Pittsburgh: Latin American Literary Review Press, 2013, 553 pp.

 

Esta publicación consta de varias partes o secciones. Viene precedida de un estudio por Michael P. Predmore, en inglés, titulado “Introducción a la vida y a la obra de Gabriela Mistral” (pp. 25-46); sigue el texto bilingüe del primer libro de Mistral, en español y en traducción inglesa a cargo de Liliana Baltra (pp. 48-519), cerrándose con un posfacio o epílogo, también en inglés, que firma la traductora: “Gabriela Mistral, la poeta” (pp. 527-553). Adicionalmente, un par de páginas preliminares justifica la versión de base elegida para la presente edición (pp. 21-23); en fin, hay que señalar que los sendos aparatos de notas anexos a los estudios mencionados informan cabalmente de las más recientes contribuciones a la bibliografía mistraliana, tanto en Chile como en los Estados Unidos.

El autor del estudio inicial, el profesor Predmore, enseña actualmente en la Universidad Stanford y es ampliamente conocido por sus trabajos sobre literatura española moderna: sobre narrativa (Galdós, Valle-Inclán) y sobre lírica (Jiménez, Machado). Su libro sobre el poeta de Campos de Castilla renovó decisivamente los estudios machadianos, a través de una óptica histórico-social que no era muy común por la fecha en que se publicó (1981), al menos entre los especialistas de la Península; y, de hecho, en lo que atañe al poeta de Moguer, Predmore probablemente sea el “jimenista” más connotado del mundo anglosajón, lo cual le ha supuesto –y le sigue suponiendo– estar presente en los simposios y congresos que se dedican periódicamente al autor andaluz. Ahora mismo, 2014, año en que se celebra el centenario de Platero y yo, le ha correspondido ocupar un puesto de honor entre los participantes del homenaje internacional que se está llevando a cabo en España.

Como es casi natural, Predmore ha extendido su zona de interés al mundo de la poesía hispanoamericana. Su trabajos en este dominio no son excursiones de última hora, sino que brotan de un genuino y sostenido estudio en el que entran también motivaciones personales y preocupaciones político-sociales. Desde sus años de Seattle, donde Predmore enseñó en la Universidad de Washington durante los 70, ha cultivado asiduamente la lectura de Neruda. Producto de esta frecuentación fue una ponencia leída para el centenario de Neruda, en la Casa Central de la Universidad de Chile, publicada oportunamente por esta misma Revista Chilena de Literatura. En el último decenio, se ha concentrado preferentemente en la poesía mistraliana, fruto de lo cual son las páginas del estudio preliminar.

Con óptica adecuada, que ayudará sin duda a difundir la figura de la poetisa entre el público norteamericano, Predmore destaca la personalidad cívica y el perfil profesional de la escritora. Enumera y detalla con gran precisión su actividad educacional, diplomática y sus intervenciones como ciudadana en la arena política de su país o en los foros internacionales en que le tocó participar gracias a su justa nombradía. Evidentemente, Mistral no fue amada por los tiranos de turno, militares o civiles, llámense Ibáñez o Videla; ella, desde luego, les retribuyó el desamor. Sí que, por el contrario, recibió la ayuda y el apoyo de presidentes progresistas como Pedro Aguirre Cerda. Por su parte, a menudo y con vigor expresó sus inquietudes sociales. Como bien resume Predmore: “Cuatro grandes temas dominan su aguda sensibilidad para los problemas que plagaban su propio país; todos tienen una proyección continental, incluso global: el problema agrario, el trato a los pueblos indígenas, lo que ella y otros llaman ‘la cuestión social’ y ‘los derechos de la mujer y de los niños’” (pág. 35). Nadie disentirá, estoy seguro, de esta concreta enumeración de males, a los cuales la autora dedicó no pocas páginas de su mejor prosa periodística y de su gran poesía.

En su introducción, el estudioso norteamericano parte subrayando una paradoja: Gabriela no es muy conocida en el mundo anglosajón, pese a la doble circunstancia de que su primer libro se editara en Nueva York y de que, acaso más que ningún otro gran poeta chileno, mantuviera contacto y relaciones frecuentes con los Estados Unidos. Desde luego, vivió largo tiempo en California y murió en Long Island. Esto es bien sabido. Pero sorprende, al leer la acuciosa enumeración de Predmore, saber cuántos sitios visitó en distintos puntos del país (Luisiana, Florida, Vermont, etc.). Prácticamente, reside o conoce casi todos los puntos cardinales del extenso país; solo el norte y el noroeste parecen haber escapado a sus andanzas.

Al lector chileno le servirá fijarse en el énfasis que Predmore pone en la labor educacional de la poeta. En círculos de críticos, de académicos y, en general, de lectores de elite, cristaliza muy pronto una separación tajante entre la profesora primaria y la creadora de gran poesía. No solo se descartan o se miran en menos sus poemas “pedagógicos”, sino que se tiende a parodiar y hasta a ridiculizar su poesía de temática infantil. Bien entrado el siglo, todavía se consideran los poemas de Infantiles “débiles” y “forzados” (cf. pág. 22). Uno de las pocas excepciones a este prejuicio ambiente la ha constituido Floridor Pérez, que como profesor primario él mismo y poeta de los mejores, reaccionó con sorna y humor ante este menosprecio de corte, destacando la importancia de que muchas de estas piezas pasaran a integrar los manuales escolares. Es sano, entonces, ver revalorada la actividad pedagógica de la Mistral por un estudioso extranjero. Presumo que Predmore, que analizó con hondura la visión krausista de la niñez incorporada en Machado, pudo ser más sensible a este aspecto de la obra mistraliana. A la postre, Gabriela perteneció en la segunda década del siglo pasado a una generación para la cual la actividad de educar a niños pequeños era una verdadera misión, que se practicaba muchas veces envuelta en la mística humanista de Rodó. En la sala de clases de las pobres escuelas rurales, la letra entraba con hambre, con frío, en medio de la miseria familiar, y la maestra de escuela debía ser no solo trasmisora de conocimientos elementales, sino una verdadera asistenta social – la samaritana de todos los días. Por testimonios e informes que han circulado hace poco, la situación en nuestro país no ha cambiado mucho. El énfasis que comento resulta entonces útil. No solo restablece el equilibrio en la percepción de una obra, evitando falsas dicotomías, sino que muestra a la vez vigencia y actualidad.

En cuanto a la traducción, hasta donde puedo juzgar, me parece hecha con real competencia. Hay que decirlo, porque es un hecho: traducir poesía no resulta fácil y hasta podría considerarse una tarea imposible. Pero, claro, como hace ya tiempo señalara Georges Mounin, el dilema principal de la traducción consiste justamente en eso, en que si bien es imposible en teoría, resulta necesaria e inevitable en la práctica. En el estupendo artículo que la Encyclopédie dedicó al tema siglos atrás, ya se advertía: “ Rien de plus difficile, en effet, et rien de plus rare qu’une excellente traduction”. Raro y difícil, sin duda. En el caso de la Mistral y Desolación, a los obstáculos comunes para traducir poesía (el plano fónico, el sistema connotativo, etc.), hay que agregar condiciones de período y de época. ¿ Cómo se lee o puede leerse en el inglés de hoy un libro en el castellano de 1922? Tradiciones poéticas enormemente divergentes parecerían alejar la posibilidad de toda transferencia. Esto determina que una traducción solo pueda ser asintótica, esto es, aproximarse al texto de base como a un límite que se aspira a alcanzar. A una estrategia de trasposición verbal más literaria que lingüística (la usada por Langston Hughes en algunas de sus versiones), al método de traducción comentada y razonada que emplea brillantemente John Felstiner para el Macchu Picchu nerudiano o en poesías de Celan, Baltra prefiere un método más literal, el dar simple y sobriamente el sentido del verso. Luego de cotejar con atención varias unidades traducidas por ella, tengo la impresión de que el resultado es exitoso. Pero, desde luego, habría que ver qué piensa un lector de oído norteamericano y de memoria inmersa en la lengua de Poe, de Whitman y Dickinson –lo que Roy Harvey Pearce llamó en uno de sus libros “the Continuity of American Poetry”.

En el comentario que acompaña su traducción, Baltra toca distintos puntos relacionados con la poesía mistraliana. No habría que seguirla en su resurrección del viejo topos de la crítica tradicional, la de la maternidad frustrada, que ya ha sido cancelado por nuevos datos biográficos y por los epistolarios que han salido a luz. Mucho más interesante me parece la figura de lector –o lectora, más bien– que ella crea y recrea mediante el recuerdo de su abuela. De un modo indirecto, en una especie de cadena intergeneracional muy evocativa, Baltra nos hace ver las vías por las que se ha producido su acercamiento a la poetisa. Escribe:

“Mi abuela era también una mujer de campo. Nació y fue criada en Los Andes, un pueblo rural situado al pie de los Andes –en el camino a la Argentina– y solo a cien millas lejos de Santiago. En ese tiempo…Gabriela enseñaba en la escuela secundaria de Los Andes donde escribió la mayor parte de los poemas de Desolación. Mi abuela también murió en 1957, como Gabriela. Era tres años menor que la poeta. Ambas vivieron vidas de niñas campesinas a comienzos del siglo XX…” ( pp. 529-530).

A través de estas vidas paralelas, de esas efigies socialmente gemelas que coinciden en tiempo y lugar, la autora recupera una cercanía con la escritora que sin duda le permitió traducir mejor, sin traicionar el espíritu de la mujer que veía reflejada en su familia.

Como se explica al inicio del libro, los editores prefirieron traducir la segunda edición de Desolación, la de Nascimento, de 1923. Y con toda razón. No solo es la más completa y la más compleja, sino que al incorporar la experiencia mexicana de la autora, sitúa su poesía en una nueva dirección. En realidad, el lapso mínimo transcurrido entre 1922 y 1923 es bastante engañoso. La edición neoyorquina se publica rezagada, pues hay un claro décalage entre la poesía escrita en Chile y su evolución biográfica e intelectual desde mediados de 1922 en que llega a México. La publicación de Nascimiento se abre y recoge los frutos de su residencia allí, donde nombres de dedicatarios como Torres Bodet y Vasconcelos no son casuales ( a González Martínez lo había conocido en Chile). Igual que Neruda más tarde, la Mistral descubrirá y entrará en América por la vía de México. Para ella, la presencia de la mujer indígena en la altiplanicie y en las tierras bajas va a ser fundamental, supremamente icónica. El contraste entre el país posrevolucionario y la nulidad que era Chile en ese entonces (pasaría muy pronto, olímpicamente, de la oligarquía a la dictadura) no podía ser mayor, reflejándose más que nada en el orden de la cultura. El proyecto generoso de Vasconcelos al que se había sumado, tenía para ella un doble valor: en extensión, propagaba el credo internacional iberoamericanista al que sería siempre fiel; en lo interno y en profundidad, atendía al campo y a una educación rural a que se le llamó a contribuir.

No me cabe duda de que esta traducción que sale a luz a cien años de Los Sonetos de la Muerte cumplirá con el fin que los autores se propusieron: difundir de un modo más amplio la obra y la personalidad de la Mistral. A mi modo de ver, y aunque no se ocupa de los aspectos sentimentales en la vida de la mujer, la síntesis que Predmore nos ofrece es una excelente semblanza del hacer profesional y de la proyección pública de quien fue Lucila Godoy Alcayaga. Densa, concisa, confiable, capta bien su estatura como intelectual latinoamericana, la resonancia creciente de su obra y, en cuanto a ella misma, el fulgor de su paso por la tierra.

 

Jaime Concha
University of California, San Diego (La Jolla)
jconcha@ucsd.edu