Fernanda Bustamante Escritura del desacato: A ritmo desenfadado. Narrativas dominicanas del nuevo milenio Santiago, Editorial Cuarto Propio, 2014. 276 pp.

 

Es una constante en el trabajo crítico americanista, la necesidad de elaborar reinterpretaciones de la historia, que den cuenta de la diversidad de posiciones y miradas frente a la construcción de los procesos sociales y culturales. Estas reformulaciones son siempre necesarias, dado el impacto del poder, siempre desigual, en el apogeo y silenciamiento de los discursos políticos e identitarios. Desde los ensayos señeros en el área, particularmente en la línea trazada tempranamente por el cubano José Martí, se hace visible la urgencia por redefinir los marcos de la discusión en torno a América, con las consiguientes preguntas sobre cuestiones como la ancilaridad de nuestras economías y políticas, las relaciones de coloniaje, los términos de la discusión sobre las identidades y acervos nacionales.

El libro de Fernanda Bustamante recoge lo mejor de esta tradición crítica, situándose desde sus primeras páginas en el lugar de un observador incómodo (porque altamente informado), que parte de la base “de que las letras dominicanas se encuentran en un estado desaventajado, periférico, silenciado, pero no por ello inexistente o inactivo. Por el contrario –agrega–, los novísimos escritores dominicanos no se detienen” (18). El desplazamiento sufrido por las letras caribeñas en el ámbito editorial y académico internacional, con algunas conocidas excepciones, como la de la literatura cubana, es uno de los lineamientos centrales, pues, de su argumentación. Si bien las letras salvadoreñas, dominicanas, hondureñas han ido reclamando lentamente la atención de la crítica y la academia, muchas a partir de la diáspora de sus escritores, en una época marcada por la violencia y la consecuente errancia política y laboral, no parece ser suficiente aún su irradiación fuera de Estados Unidos y el mismo Caribe. La posición desde la cual se enuncia el tema es, de hecho, particularmente problemática: aunque es chilena, Fernanda Bustamante –actualmente becaria predoctoral de la Universitat Autònoma de Barcelona– desarrolla su trabajo en el ámbito académico ibérico, fuertemente golpeado por la crisis económica reciente, esto es, en un espacio en que no solo los estudios caribeños, sino también los programas sobre literatura latinoamericana en general, han sufrido una merma considerable. Por otra parte, si miramos a Chile, la situación no es mucho mejor. Los estudios caribeñistas son llevados adelante por muy pocos especialistas, que con mucho esfuerzo y excelentes resultados han logrado ir posicionando este tema en los últimos años, sobre todo en la Universidad de Chile, donde periódicamente se organizan las Jornadas Caribeñistas, y donde tuvo lugar, precisamente, la presentación del libro de Fernanda Bustamante. Pero el estudio de la literatura centroamericana y caribeña sigue siendo un ámbito bastante desconocido, por lo general ignorado en los programas de literatura latinoamericana.

La autora porta, pues,esta doble mirada sobre una literatura construida como “otra”, ajena, difícil de conocer y muchas veces, inasequible incluso en la era de Internet. Ni como chilena ni como residente en España ha resultado fácil para ella acercarse a su corpus y ha sido la ayuda de muchas personas –escritores, críticos, investigadores, bibliotecarios, editores– a las que agradece en este libro, la que le ha permitido hacerse con los materiales necesarios para su realización (y también, dicho sea de paso, imprimirle al libro una fresca impronta: dialogante, ágil, democratizadora). En este sentido, hay que remarcar el primer movimiento que implica este ensayo, y que se lee en cada una de sus páginas: la quest de una investigadora chilena radicada en España, en busca de una literatura elusiva, mediatizada sobre todo a partir del enorme éxito de Junot Díaz, dominicano radicado en Estados Unidos que escribe en inglés. Desde luego, la opción de Bustamante, en la línea de redefinir o retrazar los márgenes cánonicos e incorporar nuevos discursos y opciones a la escritura de una historia literaria, es por los textos dominicanos escritos en español: precisamente aquellos que han sido menos visibilizados en estos tiempos de diáspora; precisamente aquellos que han sido publicados, en su mayoría, en la “media isla” dominicana, y que no han traspasado esa frontera. Por otra parte, aborda también textos que encuentran su circulación en la red, conformando un corpus creciente y proteico, que tampoco la asusta. La idea es buscar todas las marcas, pistas, imágenes, que permitan descolonizar la foto postal de la República Dominicana, esa foto que Bustamante describe muy bien en las primeras páginas de su libro: “Como es de lamentar, y propio de buena parte de los países antillanos y caribeños, la historia y cultura de la República Dominicana han sido silenciadas y reducidas por el marketing turístico, a una imagen de palmeras, sol, mar turquesa, bachata y piña colada; a un macho seductor y una sexy mulata curvilínea; a grandes jugadores de baseball y atractivas reinas de belleza”. La imagen exotista funciona, según Bustamante, como una práctica política y estética que ficcionaliza “lo dominicano” (entre comillas en el texto), invención que ciertamente ha perjudicado, dice, la difusión y valoración de la cultura isleña. El camino que sigue Fernanda Bustamante es un camino que va de vuelta, recogiendo las pistas que permitirán reconstruir una imagen harto más amplia y compleja de la esquiva dominicanidad, y develar, también, toda la violencia ejercida a partir de y con esas imágenes “idílicas”, mascultistas y coloniales en el peor sentido de la palabra.

Precede a los seis ensayos que constituyen el libro, un prólogo de la importante especialista Rita de Maeseneer, de la Universidad de Antwerpen, quien destaca los méritos de la búsqueda inagotable de la autora, quien “no se arredra ante nada” y “viene a ejemplificar a la investigadora globalizada conectada con medio mundo” (13), con resultados que, para la prologuista, serán de referencia obligada en este específico ámbito de estudios, no solo por la calidad de la búsqueda, sino también por la excelencia con que se ha llevado toda esa información a la escritura. Aludiendo a la constelación de investigadores que actualmente dedican su trabajo a la literatura caribeña y dominicana en particular, De Maeseneer dice que Bustamante se ha ganado allí “un lugar estelar”. Por otra parte, y como bien destaca el prólogo, los ensayos de A ritmo desenfadado se deslizan por las literaturas dominicanas recientísimas, utilizando para ello diversas teorías y enfoques críticos, con el afán de trazar una imagen: la de un corpus que, a ritmo desenfadado, como anuncia su título, logra calar en las circunstancias políticas y sociales locales, con gran intensidad. Estas narrativas desenfadadas buscarían, cito, “liberarse tanto de las corrientes narrativas y estéticas que les preceden, como de los presupuestos identitarios en torno a la dominicanidad, es decir, presentan una actitud de desembarazo, que les permite un actuar lúdico y experimental” (20). En este sentido, Bustamante pone una doble atención a los textos: por una parte, realza sus contenidos transgresores propiamente políticos, pero también atiende a la experimentalidad que desde lo estético hace explotar los límites de las políticas: de género, raciales, nacionales, literarias, que han llevado, argumenta siguiendo al importante crítico dominicano Silvio Torres-Saillant, a la elaboración de una “nacionalidad ficticia”, “demarcada por la oficialidad en un sujeto blanco, de cultura europea, de religión católica y heterosexual, como un perverso artificio identitario” (Bustamante 33).

Los ensayos de A ritmo desenfadado finalmente articulan un discurso complejo, muy rico en su crítica política como también en sus sugerencias valorativas, sobre el magma literario dominicano. Bustamante destaca, con una escritura fluida, diría casi sonora, las diversas entonaciones de estos auténticos desacatos: “Estas poéticas narrativas del nuevo milenio –escribe– buscan terminar con las prácticas excluyentes y en su lugar legitiman un all inclusive: todos y todas incluidos, y todo permitido; por lo que la República Dominicana literaria del 2000 es representada como una media isla tercermundista que se vende por parte, como un vertedero de multinacionales que es poblado por personajes olvidados del presupuesto nacional, inscribiéndose como una contranarrativa: no sólo se le da reconocimiento y significación a la silenciada heterogeneidad cultural; sino que también se le otorga voz a la dominicanidad ‘otra’, ‘anónima’, de ‘abajo’” (35).

Por otra parte, A ritmo desenfadado. Narrativas dominicanas del nuevo milenio es un libro que, en su interrogación por las prácticas contraculturales, desterritorializa parcialmente su objeto. A qué me refiero: a que es un conjunto de ensayos de interés para los académicos y lectores no solo por su recorte nacional o regional –que pone, de todos modos, en entrevero–, sino también en la medida que su discurso crítico ofrece una amplia mirada teórica y una serie de cruces críticos, que lo hacen de utilidad para investigadores de otras áreas. En sus ensayos distingo, además del foco puesto sobre los autores Juan Dicent, Rita Indiana Hernández, Rey E. Andújar y Frank Báez y la evolución de la narrativa dominicana en los últimos veinte años, otros nudos críticos que, como ya he planteado, remiten tanto a la estética como a la política de esos textos. Dos de ellos los explicita su autora, ya que incluye un par de ensayos al comienzo del libro, muy bien pensados, que abordan de manera transversal a estos autores; en uno de ellos, analiza críticamente la construcción de la ciudad de Santo Domingo y en el otro, la visibilización de lo haitiano en la creación de la dominicanidad. Como bien plantea Rita de Maeseneer en su prólogo al libro, se trata de una estructura muy bien articulada, que abre la lectura más allá de las revisiones monográficas correspondientes a cada uno de los autores, que luego son presentados subrayando ciertos núcleos discursivos: en Juan Dicent o, como se hace llamar él mismo, dejando tras de sí una marca de origen, Dino Bonao, su cuestionamiento, desde el formato del blog, de la política dominicana y de la dominicanidad; en Rita Indiana Hernández, la exploración de los márgenes del género y las representaciones identitarias canónicas; en Rey E. Andújar, la celebración de los cuerpos que desde su vulnerabilidad transgreden las políticas identitarias; en Frank Báez, el trabajo de un poeta y cronista, o un cronista poeta, que desde las lindes propicia una mirada lúdica de lo insignificante pero también, a la vez, del campo literario.

Pero A ritmo desenfadado es mucho más que estos seis capítulos que he descrito sucintamente. Es un libro que propone una diversidad de lecturas bastante impresionante, porque va entrecruzando los temas tratados con otros de muchísimo interés también para quienes trabajan en otros ámbitos literarios. Presenta, por ejemplo, lúcidos análisis de la diáspora dominicana y sus consecuencias en la construcción identitaria de los migrantes, que pueden traslaparse a otras situaciones propias de las sociedades postcoloniales globalizadas. Por otra parte, ofrece una mirada actualizada de la problemática queer, poniendo en escena las subjetividades en fuga que habitan el corpus, cuyas posiciones raciales, genéricas y sociales se disponen y traslapan en un tejido denso y explosivo, como el mismo lenguaje que propicia su expresión. Asoma también la problematización del espacio de la ciudad y la construcción de una memoria urbana y las imágenes bizarras, abyectas y monstruosas que devela el análisis de esta forma de capitalismo gore (término que toma de Sayak Valencia). En suma, se trata de una escritura vertiginosa, que irrumpe, siempre cargada de propuesta, en una serie de ámbitos en los que se impone el pensamiento post: postapocalíptico, postinfancia, postinsular. Llama la atención, además, en la construcción del atractivo corpus primario del libro, el hecho de que en el plano estético todos los autores se deslicen entre diversos lenguajes y soportes artísticos, en una riquísima apuesta intermedial que sorprende por su abigarramiento y gran presencia en la construcción de una República Dominicana multifacética y contemporánea. Esa fluidez dialógica se traslapa al libro en tanto objeto: incluye una serie de viñetas de los autores, realizadas por el ilustrador Daniel Jiménez, que le confieren un aspecto diferente al que suelen tener los libros de crítica académica, porque es en sí mismo, no solo en su apariencia “desenfadada”, un texto diferente, un texto tejido desde la conversación, desde la búsqueda y el derrumbe de fronteras.

Performances, videoclips, largometrajes, blogs, crónicas, cuentos y novelas y textos que transitan entre los géneros constituyen el amplísimo corpus de lectura de este ensayo, con que Fernanda Bustamante hace su debut no solo como dominicanista, sino también como certera escritora que observa, desde un lugar a su vez intersticial, como chilena que vive en Barcelona y que estudia una literatura americana e insular, lo que Graciela Speranza ha llamado “formas errantes”, no solo de las diásporas, sino también de lo que se ha entendido tradicionalmente, hasta hoy, por “arte” o “literatura”.

 

Lorena Amaro Castro
Instituto de Estética
Pontificia Universidad Católica de Chile
lamaro@uc.cl