Una reflexión filosófica sobre la acción vinculante y el lenguaje1

 

Humberto Giannini Iñíguez
Universidad de Chile
gianninluz@mi.cl

Eva Hamamé Ahumada
Universidad Diego Portales, Chile
evahamame@gmail.com

 

“La filosofía es una de las formas más altas y difíciles de la comunicación humana. Se sustenta, pues, en la realidad del lenguaje. Y no solo por el hecho obvio que se transmite verbalmente, sino porque toda cuestión filosófica está invadida, por decirlo así, por la realidad omnipresente de la palabra”2 (Giannini 1984). O dicho de otra manera: porque solo en virtud de la palabra, o por la virtud de ella, el ser humano puede rozar los grandes abismos en los que parece sostenerse el Universo y el gran abismo del que surge la comunicación entre dos seres humanos. Hay, pues, una deuda de la filosofía con su propia sustancia expansiva: la comunicación; una deuda de reconocimiento, una deuda de revalorización. En cierta medida, esta es la dirección por la cual queremos encaminarnos en esta reflexión.

Pero, normalmente la comunicación filosófica está mediada por el lenguaje escrito en el que el receptor de la comunicación es solo potencial3. En cambio, la comunicación real –de sujeto a sujeto– incluye como su momento esencial y subordinante el vínculo por el que ‘ahora’ un sujeto se relaciona a otro. Es decir, esta comunicación tiene un misterioso carácter bifrontal como acción vinculante actual (in actu) de un sujeto a otro, y como representación del mundo y del tiempo en los que habrá de acaecer el vínculo.

Por todo esto, hay que hacer un deslinde previo, fundamental: que la comunicación en cuanto tal, no se agota en unas estructuras semántico-sintácticas que puedan estudiarse en el ámbito limitado de una ciencia, por ejemplo, en la gramática o en la lingüística. Digámoslo así: la comunicación no se limita al ámbito de las representaciones4.

Sin embargo, en el lenguaje de la vida cotidiana a veces se pierde la distinción entre acción misma y referencia. Ello nos lleva a distinguir entre significado de la referencia y sentido de la acción, de la vinculación. En el lenguaje cotidiano no hay vinculación sin sentido. El sentido responde a la pregunta: ¿Para qué una persona establece comunicación con otra? La comunicación se da en el tiempo presente del sujeto que habla y por el sentido de lo que hace. Así, a la acción pertenece el sentido de lo que una persona hace ‘ahora’ ante otro sujeto; al significado, en cambio, pertenece el qué de este hacer. El momento de la comunicación es un ‘ahora’ que se puede entender como un corte en el tiempo. Ese momento específico, es el sentido, cuando corresponde.

Al significado, en cambio, se puede recurrir en cualquier momento. Una proposición, expresada en un momento inoportuno, es un sin sentido. Esto quiere decir que el significado de la proposición  está en función del sentido  que tiene el vínculo que estamos estableciendo con el otro sujeto. Se puede decir que la locura es la gratuidad  con que aparece el discurso del alienado, la imposibilidad de saber qué vínculo pretende establecer con lo que dice, por muy verdadero y lógicamente correcto que sea tal discurso. El alienado dice algo con significado, pero sin sentido, es decir, en un momento inadecuado, cuando no viene al caso. La base de la alienación mental, entonces, más tiene que ver con  una incongruencia del sentido (con el sin sentido de lo que se dice –aunque sea muy racional abstractamente–) que  con una falta a la verdad en lo que se dice.

En esta distinción  reside, a nuestro entender,  la separación del sentido –que pertenece al vínculo, a la acción– del significado, que pertenece a la representación, a la referencia. Si la comunicación es una vinculación al otro, debe tener un sentido.

El vínculo revela por qué, para qué, nos dirigimos a otro ser humano; qué convergencia fugaz o permanente buscamos al dirigirnos a él, qué mundo intentamos construir en esta convergencia. El vínculo –no las cosas referidas– es la razón de la comunidad, el tejido con el que se va haciendo, piedra a piedra,  la historia humana… y tal vez, la historia del Ser. Es justamente la preocupación por este aspecto de la comunicación que se hermanan literatura y filosofía, en contraposición a un saber que se desplaza hacia la objetividad. Sobre esta hermandad en la preocupación por el vínculo habría mucho que decir. De hecho puede establecerse un paralelo entre lo que hemos señalado y los diálogos que ocurren al interior de una obra literaria. Tal es el caso, para dar un ejemplo, de lo que sucede en Las Moscas, de Jean Paul Sartre. Recordemos un pasaje de esa obra:

ORESTES: ¡Que se desmorone! Que las rocas me condenen y las plantas se marchiten a mi paso: todo tu universo no bastará para probarme que estoy equivocado. Eres el rey de los dioses, Júpiter, el rey de las piedras y de las estrellas, el rey de las olas del mar. Pero no eres el rey de los hombres.

Los muros se juntan, JÚPITER reaparece, cansado y agobiado, ha recobrado su voz natural.

JÚPITER: No soy tu rey, larva desvergonzada. Entonces, ¿quién te ha creado?

ORESTES: Tú. Pero no debías haberme creado libre.

JÚPITER: Te he dado la libertad para que me sirvas.

ORESTES: Es posible, pero se ha vuelto contra ti y nada podemos ninguno de los dos.

JÚPITER: ¡Por fin! Ésa es la excusa.

ORESTES: No me excuso.

JÚPITER: ¿De veras? ¿Sabes que esa libertad de la que te dices esclavo se asemeja mucho a una excusa?

ORESTES: No soy ni el amo ni el esclavo, Júpiter. ¡Soy mi libertad! Apenas me creaste, dejé de pertenecerte (Sartre 39).

En este pasaje de la segunda escena de la obra de Sartre, el diálogo entre Orestes y Júpiter devela justamente el carácter vinculante de las acciones comunicativas: el significado y el sentido. El para qué de esta convergencia, en este pasaje, es la libertad que Orestes cobra a Júpiter, como posesión de sí. Una libertad que, por su significado, se revela contra el uso que el creador le había asignado (“Te he dado libertad para que me sirvas”). Pero Orestes reclama la posesión de sí mismo (“Apenas me creaste, dejé de pertenecerte”). De esta manera, la convergencia que busca Orestes al dirigirse a Júpiter, el mundo que intenta construir en esa convergencia, es la recuperación de su libertad, de la cual Orestes no se percibe ni como amo ni como esclavo, sino como siendo precisamente esa libertad, identificándose con ella, con aquello que la libertad significa, para recobrar de este modo su autonomía y por tanto la decisión de cómo usar esa libertad. Orestes abre así el espacio para decir: Júpiter, mi libertad me permite decidir no servirte (“se ha vuelto contra ti”).

Este ejemplo literario ilustra cómo el sentido está dado por la relación al otro, por el vínculo, en una situación o contexto. Si no existe vinculación, la comunicación no abre la situación al sentido, al por qué o para qué se dice lo que se está diciendo. En la comunicación el significado es dependiente del sentido. Es este el que rige  el ser de la comunicación. La acción comunicativa manifiesta el sentido y transforma el mundo y las relaciones entre las personas. Por ello, la acción comunicativa es esencialmente acción y siempre cambia algo en el mundo. Si se trata de pedir perdón, por ejemplo, es una acción que está proponiendo cambiar el mundo. La acción siempre es ‘en vista de algo’ (Heidegger).

Autores de la estatura de Ricoeur, Francis Jacques, Jesús Navarro y Recanati han venido descubriendo, re-descubriendo en los últimos tiempos lo que tal vez siempre se ha intuido: que comunicar es ante todo una acción histórico-vinculante5 connatural a la vida en común, tan imprescindible como alimentarse lo es para el individuo6.

Adelantemos dos palabras sobre el ser de una acción en general. Decimos que ejecutamos una acción cualquiera cuando desde sí (εξουσια) el sujeto humano realiza algo fuera de sí7 –ya sea en el mundo (colgar un cuadro, abrir una puerta), ya sea ante otro sujeto y dirigiéndose a él (prometer algo a alguien, difundir una noticia).

Cuando alguien actúa directamente en el mundo, hablamos de ‘acción física’; cuando se dirige a otro ser humano, de acción vinculante o comunicativa. Nuestro estudio se centra en la acción comunicativa (Speach acts), como unidad de los tres actos que menciona Searle.

 

1. La discusión con Searle

Como se sabe, J. Searle sigue a J. L. Austin en el desarrollo de la teoría de los actos de habla. Austin (47) se propone averiguar en qué sentidos es posible afirmar que ‘decir algo es hacer algo’. Para responder esta cuestión plantea un esquema teórico que permite distinguir y demostrar que cuando hablamos en realidad efectuamos tres actos simultáneos: locucionario, ilocucionario y perlocucionario.

Recordemos que el acto locucionario consiste en la articulación de sonidos y combinación sintáctica de las nociones que representan las palabras. El acto locucionario es la emisión de una oración con un cierto significado, el acto de enunciar propiamente tal.

En cambio, el acto ilocucionario es el que realiza el hablante al decir algo, acto que se cumple en el habla misma y posee un carácter convencional, puesto que se realiza mediante una especie de ceremonial social que atribuye a una determinada emisión, empleada por ciertas personas, en ciertas circunstancias, un valor particular.

Finalmente, el acto perlocucionario es el efecto que el mensaje produce en el interlocutor, sobre sus sentimientos, pensamientos o acciones, tales como convencer, sorprender, asustar, desorientar, intimidar, asombrar, ofender, intrigar, entre tantos otros.

Searle rearticula la distinción propuesta por Austin entre estos tres actos simultáneos que se llevan a cabo al hablar, centrándose en los actos ilocutivos de Austin e introduciendo el concepto de ‘Indicador de fuerza ilocucionaria’ que evidencia cómo ha de tomarse la proposición; en otras palabras, este indicador permite identificar qué acto está realizando el hablante al emitir la oración (39).

La estructura semántica de un lenguaje es una realización convencional de conjuntos de reglas constitutivas subyacentes, y los ‘actos de habla’ son actos realizados de acuerdo con esas reglas. Searle afirma que las reglas constitutivas son una convención. Dicho de otro modo: generalmente una convención es la plasmación de una regla constitutiva subyacente (Searle 46). Esta descripción descansa sobre la distinción entre reglas regulativas y reglas constitutivas (42-43). Las regulativas regulan formas de conducta existentes independiente o antecedentemente. Ej.: reglas de etiqueta, que no crean las relaciones interpersonales sino que solamente las norman. Regulan una actividad preexistente, una actividad cuya existencia es independiente de estas reglas. Las reglas regulativas, entonces, son prescriptivas, y pueden tomar la forma de un imperativo, v. gr.: ‘Debes ayudar a tu prójimo’. También toman la forma de un condicional imperativo, como ‘Si quieres ser respetado, debes respetar a los demás’.

Por su parte, las reglas constitutivas no regulan meramente, sino que crean o definen nuevas formas de conducta. V. gr.: Reglas del ajedrez, no solo regulan sino crean la posibilidad misma de jugar tal juego. Constituyen, entonces, y también regulan una actividad cuya existencia es lógicamente dependiente de las reglas. Las reglas constitutivas son analíticas, definen el tipo de juego o jugada que se está jugando. Por ejemplo, definen cuándo se efectúa un jaque mate: ‘Tal movida cuenta como jaque mate’. Además son descriptivas y definen límites precisos de aquello que constituyen, v. gr.: ‘Copiar en una prueba o en un trabajo académico cuenta como plagio’.

Por otra parte, Searle considera que las reglas constitutivas subyacentes son las mismas para cualquier lenguaje humano, solo que se plasman de maneras diferentes en cada uno. De esta forma los ‘actos de habla’ son ‘instituciones’ y, como tales, sus significados son incorporados de generación en generación (Searle 44).

Los actos ilocucionarios poseen significados consabidos. Esos significados son reglas o convenciones.

El carácter lingüístico de las acciones comunicativas pone de manifiesto otra faceta que caracteriza a estas acciones, esto es, la generación de ciertos tipos específicos de relaciones entre los interactuantes. Dado que una de las condiciones suficientes y necesarias de las acciones comunicativas es que requieren ser captadas no solo en tanto objeto contenido, no solo lo que se dice, sino precisan ser identificadas como la acción que es, esto es, como promesa, petición de perdón, rehusarse, agradecimiento, etc., establecen por sí mismas una relación entre los interactuantes de la comunicación. En el caso de la promesa este hecho es sumamente evidente: aquél a quien se ha prometido algo tiene –a partir de ese momento– el derecho a exigirlo; por su parte el prometiente asume la obligación de cumplir su promesa. Se ha creado así, a partir de la acción comunicativa, una relación de dependencia mutua, un convenio, un lazo entre los protagonistas de la comunicación. Las acciones comunicativas poseen entonces, constitutivamente, este carácter vinculante.

Searle dirá que cada vez que se usa lo que denomina ‘marcador de fuerza ilocucionaria de la promesa’ ello implica necesariamente la asunción de la obligación de hacer lo que se promete (70-72). Reinach (17) lo afirma de tal modo que evoca el concepto de natalidad de Hannah Arendt, el que extrapolamos a los actos de habla: un acto de habla hace aparecer algo nuevo, inédito en el seno del mundo. Efectivamente, las acciones comunicativas poseen ese carácter vinculante y generan, entonces, un lazo que no existía antes entre los interactuantes. Ese ‘hecho social’, como lo denomina Reinach, es un nuevo tipo de realidad que se produce en las acciones comunicativas. Algo inédito hace su aparición en el mundo con estas acciones.

El carácter peculiar de ese ‘algo’ estriba en su carácter sutil mas no evanescente. ¿Qué hay más sutil que el sonido de unas palabras dirigidas a otro ser humano? Y esa realidad tan extremadamente sutil crea lazos, familias, acuerdos, guerras, encuentros, desencuentros, amores, odios, empresas, instituciones y toda la gama de relaciones y acciones que las personas van siendo capaces de generar justamente cuando se comunican.

Como se observa, Searle no analiza el problema de la diferencia entre representar y actuar. En nuestra investigación entendemos que las acciones lingüísticas de las estructuras reales vinculantes (por ejemplo: prometer) constituyen lo performativo. La distinción austiniana entre acto locutivo, ilocutivo y perlocutivo, para nosotros se funde, se sintetiza, en la unidad del decir y la acción vinculante que necesariamente ello implica.

Por otra parte, el decir se puede expresar tanto lingüística como corp-oralmente8, constituyéndose como una acción comunicativa que es vinculante.

Tales acciones lingüísticas y corp-orales tienen la forma de un verbo (o se pueden enunciar como verbo) que podría estar en un diccionario, pero que allí no es vinculante. Ese verbo se vuelve acción cuando lo decimos en primera persona y en tiempo presente a un interlocutor/a. Se trata entonces de acciones dirigidas no al mundo sino a otro sujeto.

De este modo, el mundo, la cultura, la historia, son rescatados por la acción comunicativa, convirtiéndose en acontecimientos presentes que tienen significado y sentido. En síntesis, la acción comunicativa rescata la referencia, vinculando a otro –el o los interlocutores– en este rescate.

El acontecimiento se vuelve presente a la memoria, a través de la acción comunicativa. En esta perspectiva es que postulamos que las acciones comunicativas no son un conjunto de enunciados particulares, sino la actualización del lenguaje. Vale decir, siempre que nos comunicamos realizamos acciones comunicativas; sin embargo, estas acciones comunicativas no son necesariamente explícitas lingüísticamente. Así, al dar una orden se rescata un principio de autoridad que el otro podría discutir.

 

2. ¿Son vinculantes las acciones comunicativas?

A lo largo de una historia más que temprana los seres humanos hemos venido aprendiendo, descubriendo, por ejemplo, que la acción vinculante de ofrecer es diversa en su significado a la acción de pedir o a la acción de prometer; y que pedir tiene un significado diverso a exigir y, en fin, que cada especie de acción vinculante configura un abanico de connotaciones precisas, abanico que la experiencia de una comunidad histórica va decantando en el tiempo.

Lo que ahora hay que subrayar con fuerza es que un sujeto no tiene jamás acceso directo a la intimidad de otro sujeto9: que todo vínculo logrado, que toda ‘cita’ intersubjetiva, se da en relación con un mundo de referencias supuestamente comunes. Correlativamente, tal como dijimos, toda referencia a un mundo es la referencia que hace un sujeto a otro sujeto, el rescate, en la actualidad de un vínculo. Este es su sentido10.

Volvamos al esquema divisorio entre acciones físicas y comunicativas: pese a la diferencia tajante que existe entre ellas, debemos reconocer que poseen una propiedad común, esencial, por la que ambas son reconocidas como acciones. Y es la siguiente: una acción realiza un cambio determinado en una realidad externa al sujeto agente. Llamemos a esta propiedad el ‘qué’ de la acción, su especificidad. Por ejemplo, si te pregunto:

¿Qué haces?
Y tú respondes:
Estoy pintando [un cuadro].

Esta determinación constitutiva de la acción es su ‘significado específico’, un significado consabido; esto es, experimentado y transformado históricamente por una comunidad. Y el significado específico es el ser de la acción. Aclaración que es importante, puesto que es en virtud de este saber que sabe lo que está haciendo ahora en el mundo, que la integridad de ser del sujeto actuante se hace continua y transparente en la acción. Esto es: se experimenta como autoría de un cambio determinado que ocurre en el mundo. El ser de la acción –en cuanto acción de un sujeto– es el saberse actor de lo que el sujeto está ‘actuando’ (haciendo actual). El saber de la acción comunicativa es un saber que no puede dejar de incluir a los otros.

Desde este punto de vista, la diferencia radical de la acción comunicativa respecto de la acción física es que la primera es comunicación dia-lógica con otro sujeto y no una relación directa (física) con el mundo. A la comunicación que se establece con otro sujeto la llamamos vínculo. Nos vinculamos a otros sujetos a través de palabras y gestos de aproximación que nos permiten con-verger de diversos modos hacia un mundo común. Tales modos de convergencia constituyen, en última instancia, la trama de la historia humana: ofrecer, dar, negar, proponer, anunciar, declarar, prometer, etc. Cuando el sujeto ontológico que habla dice ‘te prometo esto o aquello’ no está representando una acción sino que se está presentando él mismo, se está pro-poniendo, ante el otro, en un determinado modo de ser ante él. Dicho en breve: está actuando y asumiendo ante el otro el vínculo que significa ‘te prometo’. Y este saber de un sí mismo actuante es ya un saber ético, esto es, una acción vinculante.

Cuando digo ‘te prometo’, esa acción comunicativa es verdadera aunque no tenga la intención de cumplir la promesa, simplemente porque realicé la acción de prometer. Sin embargo, gnoseológicamente la persona está diciendo una falsedad. Pero, al declarar la promesa ya quedó vinculada al otro. De manera que la dimensión ética, es decir, la vinculación al otro, prevalece por sobre la dimensión gnoseológica. Prevalece como posibilidad de enjuiciamiento del otro: el interlocutor podría decir ‘me mintió’ y ello generaría un nuevo capítulo en la historia de ambos sujetos.

Al poner el acento en la acción verbal de la primera persona11, se hace presente el sujeto ontológico, corp-oral de la acción comunicativa, quien, diciendo lo que le dice a otro sujeto, y por el hecho de decírselo, se vincula a él en virtud del significado que expresa su acción. El vínculo es la relación que la acción propone. Te prometo, te ruego, te pido perdón. Lo que se promete, se ruega, se pide, es la determinación valedera del vínculo. Ahora, por ser el vínculo entrega testimonial de quienes somos ante el otro, toda comunicación es un evento ético originario. En la acción comunicativa, quien habla afirma la veracidad de lo que dice (v.gr., lo que promete, lo que informa)  aun cuando es muy posible que no piense cumplir lo prometido o que sea falso lo que informa.

 

3. Cuando se comunica ¿es necesario con-verger hacia el mundo?

Hemos adelantado que eso es irremediablemente así, porque el mundo –o algo del mundo– es el lugar ‘obligado’ de la convergencia de los sujetos. No hay otro ‘lugar’ para la cita intersubjetiva. Así, pues, la acción comunicativa pro-pone qué significado real tendrá la convergencia: una promesa que se hace respecto de algo, una disculpa que se da por algo, etc.12. Y por el hecho de referirse a ´algo’, el sujeto que abre el proceso de la comunicación concreta abre al mismo tiempo el modo por el que la acción comunicativa, si es entendida por el otro, es por esto mismo inter-acción y eventual encuentro con el otro sujeto en un mundo común.

Es esencial tener esto siempre a la vista: que el sujeto de la acción es el ‘yo’ que habla; un ‘yo’ que al decir lo que hace (‘Te prometo’, ‘Te pido perdón’), está haciendo lo que dice (prometer, pedir perdón), esto es, vinculándose significativamente a otro sujeto en el ámbito de lo que les es común: el mundo13.

Ahora bien, puedo emplear el infinitivo verbal de un verbo, por ejemplo, ‘exigir’, para definir lingüísticamente el significado de una acción. Es lo que hace el diccionario de una lengua. Puedo emplear en primera persona el verbo ‘exigir’ para representar una situación, v.gr.: ‘Yo exigí silencio durante la ceremonia’. Por último, y esto es lo que cabe destacar, puedo actuar yo mismo, exigiendo ese silencio.

¿Cómo debo actuar para exigirlo?

Simplemente actuando, creando una situación por medio de la palabra asumida: ‘¡Exijo silencio!’. O lo que es lo mismo o, tal vez, mejor: ‘¡silencio!’ (golpeando la mesa con el puño). O bien puede hacerse a través del lenguaje corp-oral: sellando los labios con el dedo índice. Y esto ocurre cada vez que asumo explícitamente la iniciativa de la acción por la que pretendo vincularme a otros sujetos.

Sintetizando lo que venimos diciendo: una cosa es la acción propositiva del vínculo por el que un ‘yo’ actual pretende vincularse fugaz o constantemente a otro sujeto –una promesa, una confidencia, una confesión solemne, una enunciación– y otra cosa, la realidad común en la que eventualmente se cumplirá tal vínculo, esto es, la referencia ‘objetiva’. Y esta unión indisoluble entre acción vinculante y referencia al mundo pertenece a la naturaleza misma de la comunicación14. La acción vinculante hace posible rescatar permanentemente un mundo común que consideramos verdadero en cuanto mundo común.

No se nos escapa la gravedad de la pregunta que se abre a propósito de la última afirmación: ¿Esta posición pretende relativizar los enunciados propios de la ciencia? Por el momento adelantemos que nuestra respuesta va en la dirección de Karl Popper: que los datos provenientes de una generalización valen como verdad mientras nuevas experiencias o nuevos principios teóricos no vengan a invalidarlos. Por ejemplo, la nueva enunciación que hace un sujeto científico, invalidante de la que se tenía por cierta15, hasta el momento (falsacionismo). Por ello se puede decir que las teorías son enunciados de la comunidad científica inmersos en situaciones comunicativas entre los científicos. Los enunciados que se producen no pueden ser considerados independientemente de un proceso constante de validación. Un enunciado científico es realizado por un ser humano, que lo pone a prueba mediante un método que respalda una comunidad científica y que se inserta en un paradigma científico16. De manera que el quehacer de la ciencia es un quehacer colectivo, que supone siempre acciones comunicativas.

Sin embargo, en la vida cotidiana pareciera que la experiencia común es que el mundo viene a ser mucho más estable que la verdad de los científicos falsacionistas.

 

4. ¿Cuál es el problema actual de la comunicación?

Para nosotros, el problema contemporáneo de la sociedad es otro; la existencia de una suerte de solipsismo que ya no se sostiene con la ingenua soberbia intelectual de otros tiempos: ‘solo yo existo’17. En verdad, el solipsismo de nuestros días no pierde el tiempo en cuestiones metafísicas, pero actúa como si ‘solo yo contara en el mundo’18. Esto es: el solipsismo de hoy se reduce a la práctica de un individualismo sin doctrina ni discurso. ¿Qué puede valer, entonces, la comunicación vinculante para esta actitud?

Lo que parece estar ocurriendo inadvertidamente es que en nuestro tiempo ha cambiado el centro de atención y ‘la mundanidad del mundo’, entendida como el conjunto de las relaciones instrumentales, ha tomado ostensiblemente el puesto que debería tener el vínculo con los otros19. Es en este plano que ‘la comunicación’, regida por los mass media, alcanza niveles inauditos de deformación. El ciudadano puede estar informándose todo el día de lo que pasa en el planeta, con la plácida indiferencia frente al vínculo con la que sigue una teleserie, como una estrategia para mantenerse despierto y en contacto oblicuo y silencioso con otros seres humanos. Soledades asociadas en una ‘comunicación’ sin interacción.

Pero, además, en este nuevo modo de encender y apagar unilateralmente la comunicación con los otros, los que tienen la palabra –el locutor radial, el personaje que en la televisión lee las noticias, la grabadora o la telefonista que no sabe con quiénes está hablando– no son en absoluto sujetos testimoniales de lo que dicen. Son solo portavoces de alguna voz que podría estar moviendo los hilos del mundo desde un ‘no-lugar’, es decir, cerrado a toda vinculación.

En resumen: en la comunicación pública están desapareciendo los actores reales. Y recién ahora empieza a ser verdadera una expresión que parecía disparatada: que ‘el habla habla’. Y solo ahora el ‘se dice’ heideggeriano está llegando a todos los niveles de la vida ciudadana. Esta, la incomunicación de ‘la comunicación’ con su continua creación de soledades asociadas20.

Se suele reconocer que ‘el vuelco lingüístico’ del siglo pasado (Reinach, primero, luego, Wittgenstein, con el concepto de uso, y de modo mucho más acotado, Austin y Searle) ha significado un nuevo y muy fértil punto de arranque (también al decir ‘arrancar’ cuando huimos de algo peligroso). Ya durante el siglo pasado y a principios del presente el tema de la comunicación había sido abordado y diversamente encarado, por autores de la solvencia de Lévinas, Ricoeur, Habermas, Francis Jacques, Récanati, Jesús Navarro y tantos otros21.

Pero, no obstante que la crítica de la que queremos dar cuenta se instala justamente en el eje de la reflexión que, sobre todo, el pragmatismo ha elegido como nuevo punto de partida, no obstante eso, las consecuencias que derivan de nuestra crítica quieren ir más allá de unas perspectivas meramente metodológicas. Como lo hemos adelantado, el punto de arranque de la reflexión que estamos proponiendo no es el lenguaje como estructura sino la inter-acción comunicativa por la que se constituye, se rescata y renueva el mundo común; interacción en virtud de la cual nace históricamente el lenguaje articulado. Esta verdad ya había sido destacada por Austin y, en tiempos recientes, por Ricoeur. Sin embargo, en razón de disyuntivas epistemológicas propias de la ciencia, a las que aludíamos previamente y que tienen que ver justamente con el cuidado y resguardo de la objetividad absoluta del ‘ente en cuanto ente’, se viene eludiendo sacar las consecuencias que nosotros hemos intentado desentrañar, esto es: que comunicar es esencialmente vincularse a otros seres humanos, reconociéndonos como tales.

Para finalizar, quisiéramos mostrar algunas ganancias teóricas –¿y por qué no?: prácticas– que se obtienen con el desplazamiento que estamos intentando desde la estructura ontologizante del lenguaje representativo o referencial, al acontecimiento siempre inaugural22 de la comunicación.

Una de esas ganancias: la comunicación es un evento entre un yo y un tú, evento en el que el sujeto que ‘toma la palabra’ asume la veracidad23 de lo que dice y del testimonio que da ante el otro. La comunicación, vista como vínculo, es un hecho que todo sujeto actúa24 como un sujeto testimonial de la veracidad de su expresión. Nos trasladamos así del yo metafísico al yo ético, inconcebible sin la contraparte del tú y del mundo. El acontecimiento se vuelve presente a la memoria, a través de la acción comunicativa.

La segunda ganancia es que, en cuanto acción y no como mera estructura, la comunicación se expresa también a través del cuerpo y no solamente mediante palabras. La comunicación ‘cara a cara’ es cor-poral. Esto es, en la acción comunicativa hay un cuerpo que se presenta ante el otro como significante-testimonial del vínculo. Lo que no siempre se logra. Hay veces en que el cuerpo parece desmentir lo que la acción oral propone al otro sujeto25: momentos en los que la ventaja permanente que tiene el lenguaje para enmascarar lo que el sujeto emisor quiere eventualmente falsificar en perjuicio del otro es contrarrestada por el pudor de nuestro propio cuerpo.

La tercera ganancia de estas reflexiones: el lenguaje oral no es, como piensa Ricoeur, evanescente. Recordemos que Ricoeur plantea que solo el lenguaje escrito conserva la realidad como historia, en oposición al lenguaje oral, que es situacional y contingente, razón por la que a partir de él, dirá Ricoeur, no es posible preservar una memoria ni hacer historia. Para nosotros en cambio, si bien el lenguaje oral es situacional y contingente, transforma la realidad al encarnar el vínculo de una manera originaria, como quizás ninguna otra forma comunicacional puede hacerlo. La memoria se conserva solo en la palabra viva de los hablantes. Para nosotros la comunicación corp-oral tiene un privilegio por sobre las otras formas de comunicación, porque los protagonistas se encuentran cara a cara, en el presente, siendo quienes son en ese momento.

De esta manera, hemos realizado un análisis que revela esta doble dimensión de la comunicación: el sentido y el significado. O dicho de otro modo, la referencia al mundo –el objetivo directo: aquello de lo que se habla– y la acción de vincularse al otro, que es el sentido. Esta distinción es importante para comprender las acciones comunicativas como acciones dirigidas a otro, en las que se juega su sentido y su significado. En las acciones comunicativas el significado aparece como constituyendo el sentido.

 

NOTAS

1 Artículo elaborado en co-autoría: Giannini y Hamamé, en el marco del Proyecto de Investigación Fondecyt Nº 1110811, “El horizonte ético-político del perdón y la promesa: Claves de una ética dialógica”.
2 Este ha sido nuestro punto de partida.
3 De ahí parte, como sabemos, una de las objeciones que hace Platón, en el Fedro, a la escritura.
4 El lenguaje es representación en cuanto es referencia; esto es, puede omitir el vínculo que se establece al decir lo que dice. Pero, como lo ha visto Levinas, el lenguaje deja implícito reiteradamente la acción verbal de decir, y con ello el vínculo que es razón histórica, testimonial y vinculante de lo dicho. Este es el principio en el que nos detenemos ahora.
5 Es el ‘ahora’ de la historia. El verbo como principio de producción y de acciones vinculatorias.
6 Partamos de la base que la comunicación sexual puede llegar a ser el modo más intenso de comunicación. En todo caso, la comunicación sexual es el principio sine qua non de la continuidad social.
7 El término griego ‘exousia’ se suele traducir por ‘espontáneamente’. Con esta traducción se borra el enlace absolutamente necesario entre lo que es desde sí y lo que es ‘en vista de algo’. En realidad, el término original ‘exousia’ contiene el desde sí que es en vista de algo. Ambos aspectos se combinan, porque lo que es desde sí no puede ser meramente causal, pero tampoco ciego en su movimiento (absolutamente casual).
8 Corp-oral, que actúa en una suerte de unidad de palabra y cuerpo expresivo.
9 Así como hay un acceso no pleno a la propia intimidad, tal como dice Heráclito: “No hallarás los confines de tu alma, tan profundo es su logos”, Heráclito, Fragmento 45. “ψυχη̃ς πείρατα ι̉ὼν ου̉κ α̉̀ν ε̉ξεύροιο, πα̃σαν ε̉πιπορευόμενος όδόν˙ ού̉τω βαθύν λόγον έ̉χει.”, trad.: “Marchando, no encontrarías los límites del alma, aun recorriendo todo camino; tan profundo lógos posee” (Thiele 29).
10 El sujeto que está hablando.
11 El sujeto que está hablando.
12 La acción comunicativa involucra tanto la acción vinculante (ej.: la acción de prometer) como la referencia que concretiza esa acción (ej.: el libro que te prometo). ‘Mundo’ es el sistema de todas las referencias que son consabidas por una comunidad de significados.
13 El mundo, incluso ‘el yo mismo’, en cuanto entidades del mundo: fenómenos, cuerpos vivientes, relaciones, cualidades, etc., en el lenguaje son representaciones, referencias, Así, en ‘te aconsejo que no le creas a Pedro’, ‘te aconsejo’ es la acción; ‘que no le creas a Pedro’, la representación de lo aconsejado. En cambio, en ‘Te recuerdo que yo te aconsejé que no le creyeras a Pedro’, ‘te recuerdo’ es ahora la acción que el sujeto hablante sostiene ante el otro sujeto. ‘Te aconsejé’ se vuelve, en cambio solo la representación de una acción pasada.
14 La advertencia de Platón, en ‘Fedro’, es la primera que previene el peligro de separar estas dos instancias.
15 La de Copérnico, por ejemplo. Mientras Copérnico no propone la revolucionaria hipótesis del heliocentrismo, cada vez que los sujetos hablaban del mundo rescataban la posición ptolomeica.
16 Kuhn, Thomas, La Estructura de las revoluciones científicas.
17 Solus ipse, la imposibilidad de salir de la conciencia del sujeto empírico. Uno de sus representantes más famosos: (1852-1935) Schubert-Soldern. Véase: Ueber Transzendenz des Objekts und des Subjekts, 1882 (Sobre la trascendencia del objeto y del sujeto); Grundlagen einer Erkenntnistheorie, 1884 (Fundamentos de una teoría del conocimiento). Acerca de solipsismo lingüístico, ver William Todd, Analytical Solipsism, 1968.
18 Una posición cínica, a fuerza de ser trágica.
19 Algo semejante a la inversión entre valor de uso y valor de cambio. Un análisis contemporáneo de esta inversión, en Žižek, El sublime objeto de la ideología, Ed. Siglo Veintiuno, 2009.
20 Heidegger, Ser y Tiempo, “La publicidad oscurece todas las cosas y presenta lo así encubierto como cosa sabida y accesible a cualquiera”. Parágrafo 27.
21 Hay una bibliografía bastante completa en la obra de Jesús Navarro Reyes, Cómo hacer filosofía con palabras.
22 Tomando el término de Hannah Arendt, con toda acción se inaugura algo nuevo en el mundo.
23 La veracidad es una confirmación de que las palabras que se dicen son una expresión genuina del sujeto que las emite. Esas palabras son testimonio de la acción comunicativa y no del referente.
24 Su acción puede ser también una acción teatral, que igual es un testimonio, o una que disimula ‘nuestras verdaderas intenciones’, que es un falso testimonio porque deja fuera al otro.
25 Los famosos actos fallidos, descubiertos por Freud.

 

BIBLIOGRAFÍA

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