Esta nota está centrada en una imagen poderosa -la escritura en el corazón, el corazón y su escritura- y es un acercamiento preliminar a tres momentos de la prolongada historia y el largo viaje de esa imagen; quisiera precisar que solamente hablaré aquí de la imagen del‘corazón inscrito' en el ámbito cristiano hasta fines de la Edad Media; si bien sabemos del papel central del corazón en la mística musulmana, no puedo dar cuenta de este importante fenómeno religioso y solo quiero citar aquí un hadîth o dicho tradicional que da cuenta del ‘corazón inscrito' en el momento mismo de la revelación del Corán, entendido como la recitación de la palabra divina. De hecho, su nombre, qur'ân, de donde proviene Corán, significa ‘la lectura, lo que se recita'. Las comunidades judías y cristianas de la época del Profeta y a empleaban vocablos similares para designar la recitación de sus respectivos textos sagrados, aunque en el Islam este nombre parece aludir a las circunstancias de la revelación. Según un hadîth transmitido por Ibn Ishâq, el comienzo de ésta tiene lugar durante un retiro de Muhammad en una gruta del monte Hirâ':

Una noche, cuando estaba dormido, vino Gabriel con una pieza de tela de brocado en la que había algo escrito, y me dijo: ¡recita! (iqrâ'). Yo le respondí: ¿Qué es lo que tengo que leer? Entonces me apretó tanto con la tela que creí morir. Después aflojó y repitió: ¡recita! [ésto sucedió dos veces más, y a la tercera] Gabriel recitó entonces las cinco primeras a leyas de la azora "el cálamo", y marchándose, me dejó. Me desperté, y fue como si algo se me hubiera impreso en el corazón. Salí, y cuando estuve en medio de la montaña oí una vez del cielo que decía: Oh, Muhammad, túeres el enviado de Dios y yo soy Gabriel (Ibn Hishâm, Sira I, 152)1.

En el contexto de este tipo de imágenes y analogías, quisiera mostrar en este ensayo tres momentos importantes en el desarrollo de una imagen específica, la de la escritura y el corazón, una imagen ligada a la experiencia interior, la memoria, el amor y el pensamiento; mis dos primeros ejemplos se insertan en la tradición exegética de las Escrituras y en la experiencia de la conversión, y el tercero, en la tradición de los relatos hagiográficos y la experiencia mística: me referiré a la imagen del ‘corazón inscrito' y a la escritura del nombre de Cristo en el corazón2.

Si revisamos la historia de esta imagen, podemos establecer que está relacionada con la metáfora de un ‘libro interior' que aparece ya en la tradición clásica y, desde luego, enla Biblia. Con respecto al corazón inscrito por obra del espíritu, uno de los textos más significativos en el Nuevo Testamento es el texto de San Pablo en su segunda carta a los Corintios: "Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón" (II Corintios 3, 2-3). En este texto encontramos explícita una afirmación de Pablo sobre la realidad de los nuevos creyentes, y en esta afirmación encontramos varias imágenes que se asimilan a diversas operaciones textuales: los cristianos y destinatarios de la epístola de Pablo son, ellos mismos, cartas enviadas por Cristo para ser leídas por todos los hombres y están inscritos en el corazón de Pablo. Ellos mismos -los conversos- son la nueva ley y anuncian, al mismo tiempo, esa inscripción hecha por el espíritu (y no con tinta) en los corazones de carne, a diferenciade la antigua Ley inscrita en la piedra de las tablas [de Moisés]. A partir de este texto paulino, que al mencionar las "tablas de carne", recoge un texto de Ezequiel, en el que se alude al "corazón de piedra" cambiado por un "corazón de carne"3, y asi mismo recoge el conocido texto del Éxodo sobre las tablas de la ley4 surge la posibilidad de una exégesis según la cual las tablas de la antigua ley ‘prefiguran' el corazón de carne, y son superadas por la nueva ley del amor evangélico; esta analogía se reflejará en la iconografía cristiana posterior: la semejanza entre las dos tablas de la ley mosaica y la forma ‘doble' del corazón humano. Sabemos que la exégesis paulina en éste y en numerosos otros textos suyos es, desde luego, una interpretación ‘figural' (Auerbach 93-98) o tipológica de los textos bíblicos anteriores a Cristo, cuyos alcances podemos reconocer hasta hoy día; en segundo lugar, como lo ha planteado Giorgio Agamben (78-80), en el contexto mesiánico en el que escribe Pablo -el converso Saulo- sus palabras apuntan a la ‘recapitulación'de los tiempos de la antigua Ley y en los nuevos tiempos inaugurados por Cristo, en la perspectiva de la historia de la salvación. Para Agamben, el texto decisivo es aquí la carta de Pablo a los Efesios (Ef 1, 10): "Por la economía [el designio de salvación divina] dela plenitud de los tiempos, todas las cosas se recapitulan en el Mesías, tanto las celestes como las terrestres"5 (Agamben 79).

Las fuentes clásicas y bíblicas se combinaron en la teología cristiana más temprana, y encontramos una representación del corazón (entendido también como el alma, lamente, la conciencia y la memoria), como un libro que contenía el registro de la vida de cada persona: sus palabras, sus acciones y, sobre todo, sus pensamientos. El libro del corazón es conocido por Dios solamente durante la vida de cada persona, pero será abierto y leído en voz alta en el día del Juicio Final, como lo profetiza Juan de Patmosen el libro del Apocalipsis (Ap 20, 12)6.

En cuanto a su formato, este ‘libro del corazón' fue originalmente imaginado como una tablilla de cera o un rollo, y no fue hasta el nacimiento del códice (200-400 d.C) que asumió la forma del libro que nos es familiar hoy en día. El teólogo Orígenes (h.250), por ejemplo, imaginaba el ‘libro interior' como un rollo envuelto en el corazón de cada persona, mientras que San Basilio (ca. 329-379), comparaba el corazón con una tablilla de cera que era borrada y reescrita como resultado de la conversión a la nueva fe cristiana, el tema central de la escritura en el alma durante la antigüedad tardía y en los primeros siglos de la Alta Edad Media europea (Jager 18-23).

San Agustín (354-430) fue, sin duda, una figura central en la evolución del ‘Libro del corazón'. Sus Confesiones, su autobiografía espiritual, puede ser leída como la historia de su corazón, escribe Eric Jager (33-38); en esta perspectiva, la escena de su conversión en un jardín, al leer un versículo de la carta de Pablo7 que responde a sus preguntas y que encuentra en el códice abierto, identificaría a su corazón con el códice cuya lectura opera la transformación fundamental en su vida (Confesiones, 8, 12). Al leer esta escena, cuya culminación alcanzamos a vislumbrar gracias al relato del propio Agustín, podemos entender que la escritura del códice, abierto y con sus dos hojas unidas por el centro, semejante a un corazón, opera, a su vez, una inscripción definitiva en el alma del que lee. Algunos miniaturistas medievales representarán más tarde a San Agustín sentado frente a un libro abierto, sosteniendo una pluma en una de sus manos y su corazón en la otra8, evidenciando la relación entre la escritura y, en este caso, el corazón del converso. Por otra parte, la presencia fundamental del corazón como ‘lugar de encuentro' del hombre con la Escritura divina, con la Palabra de Dios y su estrecha relación con la memoria está muy desarrollada en las Confesiones y en particular, en el libro X, en el que se desarrolla ampliamente el tema de la memoria, como lo propone Eric Dubreucq en su libro sobre las Confesiones, la interioridad agustiniana y su lugaren historia de la subjetividad. Por otra parte, en su tratado tardío Sobre el espíritu y la letra, San Agustín retoma el tema paulino del ‘corazón inscrito' y se lo representa como una tabla de cera en la cual Dios grabó su propia imagen y su ley, ambas parcialmente borradas por el pecado original y restauradas por la gracia9. Al relacionar el corazón y la memoria, como lo hace en el ya mencionado Libro X de sus Confesiones, San Agustín establece un modelo de historia personal en relación con tres épocas de la historia de la salvación humana, tal como lo hizo su maestro San Ambrosio: a las tres épocas de la creación, el pecado y la gracia corresponden tres operaciones textuales sobre el corazón humano: el escribir divino en la creación, el borrar humano en el pecado y reescribir divino por la redención (Jager 31).

Quisiera recordar aquí por último las historias de aquellos santos en cuyos corazones se encontró inscrito el nombre de Jesús y, a veces, el dibujo de los instrumentos de su pasión, como una ‘leyenda' iconográfica, como una señal de la identificación del cuerpo de los santos con el objeto de su amor. En ese sentido, recordemos que el santo no es distinto del amante, en cuyo corazón se encuentra inscrito el nombre de la amada10.

En primer lugar, hay que recordar que la escritura relacionada con la pasión y el martirio en el cuerpo de los santos se encuentra testimoniada muy tempranamente. Son significativos los ejemplos de los mártires de los primeros siglos, como la niña Eulalia (s. III- Mérida ca. 303), de quien se escribe que vio inscrito en su cuerpo la imagen de Cristo durante el martirio, así como Casiano de Imola (m. ca. 303), muerto por los niños a quienes había enseñado a escribir y cuya misma sangre fue la ‘tinta' con la que sus verdugos ‘inscribieron' su cuerpo con los instrumentos de escritura que habían utilizado en su aprendizaje.

En relación con nuestro tema del ‘corazón inscrito' y de la escritura en el corazón,es necesario referirnos en particular a San Ignacio de Antioquía (m. 110 d.C). De él se relata que se negó a rendir culto a los dioses paganos y fue condenado a la tortura y la muerte por el emperador Trajano. Durante su martirio no dejó de pronunciar el nombre de Jesús y, según la Leyenda Dorada de Jacopo da Voragine (hacia 1260)11, en la tradición hagiográfica ya tardía, se relata que cuando sus verdugos le preguntaban por qué repetía su nombre tan a menudo, habría contestado: "Tengo su nombre inscrito en mi corazón y por eso no puedo dejar de invocarlo". Algunos de los testigos de su muerte quisieron saber más y, por curiosidad y para saber qué había de cierto en sus palabras, abrieron su pecho después de su muerte, sacaron su corazón del cuerpo, lo abrieron y encontraron allí el nombre de Jesucristo escrito en letras de oro. Al ser testigos de este milagro, se convirtieron y creyeron ellos también en Jesús. Así pues, en este relato hagiográfico, el corazón inscrito es claramente un instrumento para la conversión de los incrédulos.

Como lo ha planteado también M. A. Polo de Beaulieu en su estudio sobre el ‘corazón inscrito' (Polo de Beaulieu), esta evolución tardía de la tradición hagiográfica de San Ignacio de Antioquía, un santo del siglo I, coincide con la nueva importancia que la Iglesia, y en particular la orden de los dominicos, le dio al culto del nombre de Jesús, hacia finales de la Edad Media. Uno de los casos más singulares en esta misma línea es sin duda el del monje dominico y místico alemán Heinrich Seuse (1295-1366). Inspirado por la historia de San Ignacio de Antioquía, rogaba a menudo a Dios que inscribiera su nombre en su corazón; un día tomó él mismo un estilete y cortó las letras del nombre de Jesús en su propio cuerpo, sobre su corazón, para que apareciera allí escrito el nombre del amado (Jager 95).

Por otra parte, muchos relatos medievales del ‘corazón inscrito' y del cuerpo inscrito corresponden a la experiencia de mujeres. Así, según la misma Leyenda Dorada, Santa Catalina de Alejandría (ca. 290-ca. 307) tenía una señal del amor de Cristo inscrita en su corazón y también en ‘sus entrañas'. La religiosa y visionaria Gertrudis de Helfta (m.1301/2) escribió una oración en la que pide a Jesús que Él escriba sus heridas en el corazón de ella con su sangre preciosa, para que puedan ser leídos al mismo tiempo su sufrimiento y su amor. Es bien conocido también el caso de Clara de Montefalco (1268-1308) en este mismo contexto: las religiosas encontraron también la inscripción de los instrumentos de la pasión de Jesús al abrir su corazón en el momento de su entierramiento. En la temprana modernidad, por otra parte, encontramos la figura de Maria Maddalena de' Pazzi (1566-1607), una carmelita cuya hagiografía e iconografía12 más conocidas la relacionan con San Agustín: según el relato de su confesor Vicenzo Puccini, San Agustín habría escrito dos veces en el corazón de Maria Maddalena; la primera vez escribió con letras de sangre la inscripción Verbum caro factum est y la segunda, esta misma inscripción de la Encarnación, en letras de oro (Jager 94-95).

Al interpretar estos relatos, podemos pensar el corazón y el cuerpo de los santos, vivoso muertos, se convierten así no solo en una reliquia sino en un texto, una inscripción en el cuerpo que se abre como un libro que puede ser leído por otros y que puede ayudar a su conversión o a una profundización de la experiencia religiosa.

En esta misma perspectiva, el ‘corazón inscrito' ocupa un lugar muy significativo en la metáfora del libro como interioridad e identidad, o como el lugar de encuentro con la palabra. Ese encuentro con la palabra divina es experimentado en la Escritura como revelación y en la Escritura grabada en el ‘corazón inscrito': en éste se produce un encuentro amoroso que puede ser experimentado como una conversión.

Por último, los afectos y la memoria aparecen hasta el día de hoy como centrales en la construcción de las subjetividades y, en mi perspectiva, el libro del corazón y la escritura grabada en el corazón han sido esenciales en esta historia, en los ámbitos de la religión, la psicología, la literatura y el arte.

 

Bibliografía

 

Fuentes

  • La Biblia. Antiguo y Nuevo Testamento. Antigua versión de Casiodoro de Reina (1569) revisadapor Cipriano de Valera (1602) México: Sociedades Bíblicas Unidas, 1986.
  • Guichard, J. Marie, Poésies de Charles d’Orléans, publiées avec l’autorisation de M. le Ministre de l’Instruction Publique, d’après les manuscrits du Roi et de ‘Arsenal, 1842.
  • René d’Anjou: El Libro del corazón de amor prendido, con prefacio de Susan Wharton. Palma de Mallorca, José J. de Olañeta, 1999.
  • San Agustín, Confesiones, Obras de San Agustín, tomo II, ed. Balbino Martín O.S.A., Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1955.
  •  

    Estudios

  • Agamben, Giorgio. El tiempo que resta. Comentario a la carta a los Romanos. 2000. Madrid: Trotta, 2006.
  • Auerbach, Erich. Figura. Madrid: Trotta Mínima, 1998.
  • De Almenara, Martín. “La creación de Adán, según el Corán, con comentarios de Ibn ‘Arabî”. Islam y Sufismo. Colección La Puerta, Retorno a las Fuentes Tradicionales. Barcelona: La Puerta&Arola Editors. 63-86.
  • Dubreucq, Éric. Le coeur et l’Écriture chez Saint Augustin. Enquête sur le rapport à soi dans les Confessions. Lille: Presses Universitaires du Septentrion, 2003.
  • Jager, E. The Book of the Heart, Chicago & London: University of Chicago Press, 2000.
  • Polo de Beaulieu, Marie Anne. “L’inscription du miracle dans le corps du Saint: le coeur inscrit de Saint Ignace d’Antioche à Claire de Montefalco”. Miracle et Karama. Hagiographies medievales comparées. Denise Aigle, Ed. Turnhout: Brepols, 2000. 217-236.
  • Praz, Mario. Imágenes del Barroco. Estudios de emblemática. Madrid: Ediciones Siruela, 1989.

     

    Notas

     

    1 Un estudio sobre esta tradición de la revelación del Corán y el texto del hadîth de Ibn Ishâq se encuentra en Martín R. de Almenara (65) (énfasis mío).

    2 Una importante evolución de la imagen del corazón inscrito se puede encontrar en la literatura cortesana y, en particular, en el Livre du Coeur d’amours éspris de René d’Anjou (1409-1480), la novela en la cual el Amor extrae en sueños el corazón del amante y éste se convierte en un caballero que recorre, junto a su escudero Deseo, los paisajes de la alegoría en busca de su amada. Por otra parte, en a la poesía del príncipe y poeta Charles d’Orléans (1394-1465), vemos que muchos de sus poemas nos muestran la autonomía del corazón enamorado, y en dos de sus textos, el corazón se ha convertido en escribiente y lector del “libro interior” del enamorado. En la historia de esta imagen, el amor místico (tanto en el ámbito cristiano como en el sufi smo musulmán o en la poesía hebrea del Cantar de los Cantares) no es esencialmente diferente del amor erótico, y podemos especular cómo las personifi caciones que encontramos ya en la escritura monástica temprana (en la que se habla del “oído y el paladar” del corazón) posibilitaron la aparición de la imagen del Corazón como protagonista de la poesía del siglo XV y de la iconografía emblemática de los siglos posteriores. Para este último tema, ver el libro de Mario Praz, Imágenes del Barroco.

    3 Ezequiel 11, 17-20: “Di por tanto: Así ha dicho Jehová el Señor: Yo os recogeré de los pueblos, y os congregaré de las tierras en las cuales estáis esparcidos, y os daré la tierra de Israel./ Y volverán allá y quitarán de ella todas sus idolatrías y todas sus abominaciones./ Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos; y quitaré el corazón de piedrade en medio de su carne y les daré un corazón de carne/ para que anden en mis ordenanzas yguarden mis decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos su Dios”.

    4 Exodo 24, 12: “Entonces Jehová dijo a Moisés: Sube a mí al monte, y espera allá, y te daré tablas de piedra, y la ley, y los mandamientos que he escrito para enseñarles”.

    5 De acuerdo al estado actual de las investigaciones, la Carta a los Efesios fue compuesta alrededor del año 80 d.C. Pertenece más bien a lo que se puede denominar la tradición paulina, así como su carta a los Colosenses.Un gran número de autores sostiene que la Segunda Carta a los Tesalonicenses es obra de un discípulo de Pablo. Por otra parte, hoy se considera casi unánimemente que las tres cartas llamadas “pastorales”, Primera y Segunda a Timoteo, y la Carta a Tito, son obras de fi nales del siglo I y que no son de autoría de Pablo, sino de alguno de sus discípulos.

    6 “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras”.

    7 Rom 13,13: “No en comilonas y embriagueces, no en lechos y en liviandades, no en contiendas y emulaciones, sino revestíos de nuestro Señor Jesucristo y no cuidéis de la carne con demasiados deseos”.

    8 Jager (41): se refi ere al Ms Harley 3087, fol. 1 verso, British Library.

    9 San Agustín, De Spiritu et Litteram 17. 30, citado por Jager (31).

    10 Ejemplos de esta última inscripción vemos hasta el día de hoy, cuando nos encontramos con los corazones dibujados, muchas veces atravesados por una fl echa (del dios Amor) e inscritos con los nombres o las iniciales de los amantes.

    11 El dominico Jacopo da Voragine compuso durante la segunda parte del siglo XIII la Legenda aurea, una compilación de unas 180 vidas de santos. El manuscrito más antiguo (1282) se guarda actualmente en la Staatsbibliothek de Baviera, en München, Alemania. Su título original es Legenda Sanctorum y fue una de las obras más copiadas durante la Baja Edad Media y fue impresa en numerosos ejemplares a partir del advenimiento de la imprenta. Además de los relatos hagiográfi cos, el texto original explica varias fi estas del calendario litúrgico. Por otra parte, de acuerdo a Polo de Beaulieu (220-228), fue la orden dominica la más interesada en la difusión de la veneración del nombre de Jesús y su inscripción en el corazón. Antes del mismo Jacopo da Voragine y el célebre enciclopedista dominico Vicente de Beauvais había escrito en el Libro X su Speculum Historiale (c.1245) una versión de la historia de San Ignacio: su corazón habría sido dividido en varios pedazos, y en cada uno de ellos se pudo leer el nombre de Jesús escrito en letras de oro (Polo de Beaulieu 223).

    12 Un cuadro del pintor Giovanni Camillo Sagrestani (ca. 1702), que se encuentra en la iglesia de San Frediano in Cestello (Florencia), representa la imagen de San Agustín inscribiendo con una pluma en el corazón de Santa Maria Magdalena en éxtasis.