Desde el punto de vista serial, es el último libro publicado por Leónidas Morales, pareciendo retornar a los estudios de la poesía chilena, después de sus trabajos dedicados a la narrativa, a los géneros testimoniales y de la intimidad, a las "conversaciones" como instancia indagatoria y de contribución crítica a la obra de Nicanor Parra y Diamela Eltit en particular, así como su trabajo de editor del Diario íntimo de Luis Oyarzún.

 

Por asunto o tema, el libro se inscribe en otra serie: junto a libros de Javier Campos, Carmen Foxley, Soledad Bianchi, principalmente, en tanto miradas de conjunto a los poetas de los sesenta, principalmente a los iniciadores destacados como Osear Hahn, Waldo Rojas, Gonzalo Millán, Ornar Lara, Jaime Quezada, Federico Schopf y Floridor Pérez. Otros autores tuvieron una emergencia posterior como Jorge Torres, Manuel Silva, José Luis Cuevas, Claudio Bertoni o el propio Juan Luis Martínez.

 

Pero antes de entrar a la consideración más ceñida y atenta debo señalar que aquí estaríamos incurriendo en varias transgresiones; una, la de esta misma reseña; otra, la oportunidad y extrañeza que nos causa leer este libro hoy, pero que contribuyen a configurar cierta experiencia de discontinuidad y continuidad obstinada en el marco de la experiencia histórica chilena, como explicación de esta situación particular, singular y, si se quiere, extraña e inusual hoy: un libro que se publica luego de más de treinta años de ser escrito.

 

No debería yo hacerme cargo de esta reseña, puesto que soy parte del libro, parte del libro y con algún conocimiento privilegiado, pero que, curiosamente, a lo cual había renunciado ateniéndome a las razones que daré, y a la distancia o compromiso que tenía entonces con estas materias.

 

Aclaremos: este libro fue pensado, urdido, tramado, dispuesto en 1972, con el conocimiento de entonces, teniendo en frente la obra de los autores tratados hasta esa fecha: Osear Hahn, Ornar Lara, Waldo Rojas y Gonzalo Millán, todavía poetas jóvenes, algo sorprendente si pensamos que el más joven de entonces hoy ya ha fallecido.

 

Nos dispusimos por esas fechas a leer a los poetas jóvenes que procuraban emerger, primero, e instalarse luego en el campo literario. Yo estaba a cargo de la bibliografía que cerré con fecha 1973. Leónidas Morales no solo dirigió las reuniones de lectura conjunta que hicimos, empezando por Jorge Teillier, y siguiendo con prestado rigor metodológico-historiográfico, aceptando los marcos cronológicos establecidos por Cedomil Goic, pero dispuestos a revisarlos si se manifestaban diferencias o consideraciones que lo justificaran. Recordemos que la metodología de Goic se aceptaba para la narrativa, pero no necesariamente para la poesía, aunque se usaran conceptos aproximativos, sea de uso histórico, sea de uso periodístico. El uso más frecuente era el de poesía emergente o joven, que se transformó a partir de 1973 en generación diezmada. Nosotros mismos, en el doble rol de profesores y críticos, o hasta de poetas secretos, también éramos parte de ella.

 

De alguna manera también se debió disponer una transgresión a una norma no escrita de la filología clásica, en especial la alemana, que campeaba a través de Wolfgang Kay ser, del propio Félix Martínez Bonatti, ex-rector por entonces de la Universidad Austral, y era que en los estudios críticos no se debía tratar a autores emergentes o muy recientes. Había que mantener cierta distancia temporal, en que se decantara su desarrollo y proyección, pero evitando también el riesgo de una valoración equivocada y prematura. En verdad nos atrevimos a ocuparnos casi de nosotros mismos, de estudiantes y colegas de la universidad, como en el caso de Ornar Lara, Enrique Valdés o de Federico Schopfi aunque este último ya no estaba ejerciendo allá. Simultáneamente, esto mismo ocurría en Concepción, también a nivel de reseñas y de notas preliminares, en las que sí había necesaria cercanía, como requisito del tipo de texto.

 

En el caso de Valdivia, Leónidas Morales fue simultáneamente redactando artículos, trabajos aproximativos y de análisis o de diagnóstico, un sesgo que hasta hoy mantiene en sus trabaj os y que guarda relación con cierta reserva crítica o de sospecha a la que somete los textos que investiga. La palabra "sospecha" por lo demás fue a su vez esgrimida por un crítico, Antonio Avaria, para referirse a uno de los encuentros, y fue quizás extensivo a toda la generación, y esto ocurría por ser emergente, pero también por estar sometidos a la presión de esta transgresión de la cercanía. Así recuerdo que el trabajo sobre Ornar Lara fue leído en presencia de su autor, y, esto señalémoslo como factor de seriedad y honestidad, la mirada no era complaciente ni infundadamente benévola.

 

Nos sorprende entonces esta publicación hoy, con el riesgo de la contradicción evidente entre los apelativos de referencia a las obras y sus autores en el texto, frente al hecho real de la trayectoria de los autores tratados y teniendo en consideración que algunos de ellos tienen hoy cifras cercanas a los veinte libros y un prestigio y reconocimiento decantados.

 

Es un libro que me recuerda también la fijación de esas familias que fueron sorprendidas por las erupciones de Pompeya y Herculano, suspendidas en un gesto cotidiano por la lava petrificadora. Arqueología del trabajo crítico en sus transiciones. Simulacro que fija lo que estábamos leyendo y hasta dónde y cómo.

 

Desde entonces mucha tinta se fijó sobre páginas en blanco y también la historia hizo lo suyo, entre otras cosas, buscar legitimar su condición de reciente, prestar coartadas o pretextos a la necesidad de hacernos cargo de ella.

 

Cinco capítulos del libro pertenecen a esos momentos de fijación: una introducción y los relativos a Osear Hahn, Ornar Lara, Waldo Rojas y Gonzalo Milán, aunque en el orden capitular se dispusieron desde la lógica del lector y no de la cronología. A eso se sumó la bibliografía y que en rigor se atiene solo a lo disponible a la fecha 1972.

 

Ciertamente, Morales agregó una introducción contextualizadora y justificadora y también sumó un capítulo que correspondía ya a un momento posterior y en el marco de una tesis realizada en años posteriores al golpe y bajo la supervisión del propio Cedomil Goic. Un capítulo de esa tesis se sumó como anexo, justamente un capítulo dedicado al estudio del verso y al parecer no de los cuatro poetas, sino solo de tres. ¿Cuál es el sentido de esta inclusión? Estimó Leónidas Morales que esto constituía y constituye un esfuerzo válido orientado a una estimación métrica, rítmica y retórica de la poesía de ese conjunto de autores, algo que no parecía estar en la perspectiva de estudios anteriores. Pero, al mismo tiempo, deja testimonio de las piruetas formales que hubo que hacer para intentar continuar válidamente los estudios literarios cuestionados por la expulsión de muchos profesores y por una censura y seguimiento rigurosos de la acción docente e investigativa. La presión a la que se sometiera a estos estudios explica que tanto el profesor Morales como el propio director de tesis abandonaran luego el país.

 

De todos modos, el estudio deja constancia de una modalidad de trabajo infrecuente en los estudios sobre poesía: sus bases métricas y rítmicas, la preferencia por el poema breve, casi una seña generacional, partiendo además de la base de un lenguaje poético común, es que Morales hizo una reducción homogeneizadora del corpus. El problema que se le presenta a estos estudios es siempre la aparente obligada escisión entre forma y fondo, la ficción de postular una relativa autonomía entre ellas y que Morales ofrece superar partiendo de una hipótesis de Martinet: no existe sentido "que no esté implicado en el mensaje fónico". Señalemos sí que por su condición de tesis, su lectura se hace algo más densa, puesto que debe justificarse tanto la selección del corpus, como la opción técnica descriptiva, lo que no embarga sus resultados, un precedente insoslayable. Objetivo de este capítulo es establecer los procedimientos más usados o compartidos por estos autores y establecer un modelo de poema. Tratándose de un primer intento por desarrollar este tipo de análisis, el autor se ocupa bastante de establecer sus términos y en ese sentido se remarca una doble cautela: la filológica en torno a la aplicación debida de sus coordenadas; pero también la cautela ideológica, puesto que la opción por esta modalidad de análisis resulta más del abandono de otra forma de análisis que de la voluntad o necesidad de aplicar ésta, aunque el resultado sea altamente elocuente y significativo.

 

Más allá de toda consideración o descripción técnica, este libro es también un acto de resiliencia: de convocación familiar a través de la dedicatoria, de traspaso simbólico y reconocimiento parabólico entre el magisterio de Félix Martínez Bonatti y el de Cedomil Goic, manifestado en esa suerte de discontinuidad capitular, de acercamiento y reconocimiento de poetas respecto de cuya valoración el crítico tuviera quizás algunas opiniones discrepantes, hasta la acogida a este discípulo reservado y quizás poco consecuente. Entre todo hay sí además una estentórea página en blanco o el agujero negro de nuestra desdicha política, el hecho impronunciado del golpe, pero que está en el centro de este libro como sutiles puntos suspensivos.

 

WALTER HOEFLER 
Universidad de La Serena